El autor principal de nuestra perfección y de nuestra santidad es Dios mismo, y la oración mantiene el alma en un contacto frecuente con Dios. Ella enciende y, después de haber encendido, mantiene el alma como una chimenea, en la cual el fuego del amor arde siempre, aun cuando sea de forma discreta. Apenas esta alma se pone en comunicación directa con la vida divina, por ejemplo, en los sacramentos, es como si un soplo fuerte la incendiara, la levantara, la llenara con una sobre abundancia maravillosa.
Beato Columbia Marmion