2º Sermón de Adviento
P. Raniero Cantalamessa
Predicador del Papa
Después del precursor Juan Bautista, hoy nos dejamos llevar de la mano por la Madre de Jesús para «entrar» en el misterio de la Navidad. En el evangelio del domingo pasado, cuarto de Adviento, escuchamos la historia de la Anunciación. Nos recuerda cómo María concibió y dio a luz a Cristo y cómo nosotros podemos concebirlo y darle a luz, es decir, ¡por la fe! Refiriéndose a este momento, Isabel exclamará en breve: «Bienaventurada la que creyó» (Lc 1, 45).
Lamentablemente, en lo que respecta a la fe de María, se repitió lo que había ocurrido con la persona de Jesús: como los herejes arrianos buscaban todos los pretextos para cuestionar la plena divinidad de Cristo, para quitarles todo apoyo, los Padres dieron a veces una explicación «pedagógica» de todos aquellos textos evangélicos que parecían admitir el progreso de Jesús en el conocimiento de la voluntad del Padre y en la obediencia a ella. Uno de estos textos fue el de la Carta a los Hebreos, según la cual Jesús «por lo que padeció aprendió la obediencia» (Heb 5,8), otro, la oración de Jesús en Getsemaní. En Jesús todo tenía que ser dado y perfecto desde el principio. Como buenos griegos pensaban que el devenir no puede afectar al ser de las cosas.
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