Viviendo en el Amor

A lo largo de los tiempos la Iglesia y su experiencia del amor de Jesús.

San Basilio Magno: «El amor de Dios no es algo que pueda aprenderse con unas normas y preceptos. Así como nadie nos ha enseñado a gozar de la luz, a amar la vida, a querer a nuestros padres y educadores, así también, y con mayor razón, el amor de Dios no es algo que pueda enseñarse, sino que desde que empieza a existir este ser vivo que llamamos hombre es depositada en él una fuerza espiritual, a ma­nera de semilla, que encierra en sí misma la facultad y la tendencia al amor. Esta fuerza seminal es cultivada dili­gentemente y nutrida sabiamente en la escuela de los di­vinos preceptos y así, con la ayuda de Dios, llega a su perfección».

San Agustín: «Os doy el mandato nuevo: que os améis mutuamente, no con un amor que degrada, ni con el amor con que se aman los seres humanos por ser humanos, sino con el amor con que se aman porque están deificados y son hijos del Altísimo, de manera que son hermanos de su Hijo único y se aman entre sí con el mismo amor con que Cristo los ha amado, para conducirlos hasta aquella meta final en la que encuentran su plenitud y la saciedad de todos los bienes que desean. Entonces, en efecto, todo deseo se verá colmado, cuando Dios lo será todo en todas las cosas. Este amor es don del mismo que afirma: Como yo os he amado, para que vosotros os améis mutuamente. Por esto nos amó, para que nos amemos unos a otros; con su amor nos ha otorgado el que estemos unidos por el amor mutuo y, unidos los miembros con tan dulce vínculo, seamos el cuerpo de tan excelsa cabeza».

San Cirilo de Alejandría: «El Señor —queriendo enseñarnos la necesidad que tenemos de estar unidos a Él por el amor, y el gran provecho que nos proviene de esta unión— se da a sí mismo el nombre de vid, y llama sarmientos a los que están injertados y como introducidos en Él, y han sido hechos ya partícipes de su misma naturaleza por la comunicación del Espíritu Santo (ya que es el santo Espíritu de Cristo quien nos une a Él). (…) Hemos sido regenerados por Él y en Él, en el Espíritu, para que demos frutos de vida, no de aquella vida antigua y ya caduca, sino de aquella otra que consiste en la novedad de vida y en el amor para con Él. Nuestra permanencia en este nuevo ser depende de que estemos en cierto modo injertados en Él, de que permanezcamos tenazmente adheridos al santo mandamiento nuevo que se nos ha dado, y nos toca a nosotros conservar con solicitud este título de nobleza, no permitiendo en absoluto que el Espíritu que habita en nosotros sea contristado en lo más mínimo, ya que por Él habita Dios en nosotros».

CATECISMO DE LA IGLESIA

El nuevo mandamiento de Cristo
2822: La voluntad de nuestro Padre es «que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tim 2, 3-4). El «usa de paciencia, no queriendo que algunos perezcan» (2 P 3, 9). Su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que «nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado» (Jn 13, 34).

1823: Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo. Amando a los suyos «hasta el fin» (Jn 13, 1), manifiesta el amor del Padre que ha recibido. Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos. Por eso Jesús dice: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor» (Jn 15, 9). Y también: «Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 15, 12).

1824: Fruto del Espíritu y plenitud de la ley, la caridad guarda los mandamientos de Dios y de Cristo: «Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor» (Jn 15, 9-10).

1825: Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía enemigos. El Señor nos pide que amemos como Él hasta a nuestros enemigos (ver Mt 5, 44), que nos hagamos prójimos del más lejano (ver Lc 10, 27-37), que amemos a los niños (ver Mc 9, 37) y a los pobres como a Él mismo (ver Mt 25, 40.45).

1826: «Si no tengo caridad —dice también el Apóstol— nada soy…». Y todo lo que es privilegio, servicio, virtud misma… «si no tengo caridad, nada me aprovecha» (1Cor 13, 1-4). La caridad es superior a todas las virtudes. Es la primera de las virtudes teologales: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad» (1Cor 13, 13).

De Cristo hemos de aprender a amar
459: El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: «Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí…» (Mt 11, 29). «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la Transfiguración, ordena: «Escuchadle» (Mc 9, 7). Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo.

«El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó» (Apoc. 21,4)

LAS HERMANAS DEJESÚS POBRE, NOPODEMO SER INDIFERENTES AL SUFRIMIENTO DE LOS  HERMANOS Y HERMANAS QUE SUFREN, COMO JESÚS NOS ENSEÑA A CADA INSTANTE.

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE ESTE FIN DE SEMANA

P. Ricardo – 22/6/2025

REFLEXIONES VARIAS

AGENDA

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I SÍNODO ARQUIDIOCESANO – DOCUMENTO FINAL

3 MINUTOS DE RETIRO

MENSAJES DIARIOS DEL PAPA LEÓN XIV

22/6/2025

Cristo es la respuesta de Dios al hambre del hombre, porque su cuerpo es el pan de la vida eterna. Cuando nos alimentamos de Jesús, pan vivo y verdadero, vivimos para Él. Ofreciéndose sin reservas, el Crucificado Resucitado se entrega a nosotros, y de este modo descubrimos que hemos sido hechos para nutrirnos de Dios.

La guerra no resuelve los problemas, sino que los amplifica y produce heridas profundas en la historia de los pueblos, que tardan generaciones en cicatrizar. Ninguna victoria armada podrá compensar el dolor de las madres, el miedo de los niños, el futuro robado. ¡Que la diplomacia haga callar las armas! ¡Que las naciones tracen su futuro con obras de paz, no con la violencia ni conflictos sangrientos!

Hoy más que nunca, la humanidad clama y pide la paz. Es un grito que exige responsabilidad y razón, y no debe ser sofocado por el estruendo de las armas ni por las palabras retóricas que incitan al conflicto. Todo miembro de la comunidad internacional tiene la responsabilidad moral de detener la tragedia de la guerra, antes de que se convierta en una vorágine irreparable. No existen conflictos “lejanos” cuando está en juego la dignidad humana.

Continúan llegando noticias alarmantes desde Oriente Medio, sobre todo desde Irán. En este escenario dramático, que incluye a Israel y Palestina, corre el riesgo de caer en el olvido el sufrimiento diario de la población, especialmente de Gaza y los demás territorios, donde la necesidad de una ayuda humanitaria adecuada es cada vez más urgente.

En la Eucaristía el Señor acoge, santifica y bendice el pan y el vino que ponemos en el altar, junto con la ofrenda de nuestra vida, y los transforma en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sacrificio de amor para la salvación del mundo. Dios se une a nosotros acogiendo con alegría lo que le presentamos y nos invita a unirnos a Él recibiendo y compartiendo con igual alegría su don de amor.

En muchos países se celebra la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Corpus Domini, y el Evangelio De Hoy narra el milagro de los panes y los peces (Lc 9,11-17). Más allá del prodigio, el milagro es un “signo”, y nos recuerda que los dones de Dios, incluso los más pequeños, crecen más cuanto más se comparten.

INTENCIONES DEL PAPA

El Papa León XIV nos invita a profundizar nuestra relación personal con Jesús y a aprender de su Corazón la compasión por el mundo.