El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí .
(Mateo 10,37)
Abba, en la cercanía vivida contigo, al dirigir mi alma hacia ti, con el deseo de hacer tu voluntad, percibo que entraño un desbordante misterio. El cual implica trascender en su totalidad el presente, por lo que considero imprescindible la oración. Este misterio lleva consigo un significado filial, que me impulsa a interpelar a fondo la libertad de mis discípulos.
No quiero olvidar, Abba, la experiencia fundamental de mi vida: ser tu Hijo. En cuanto a semejante relación, la experimento de modo vivo: los cielos se rasgaron, desde entonces, comenzó a brillar una nueva aurora, iluminada por tu voz.
Sí, ¡esa era tu verdadera voz! Y me descubrí a mí como tu Hijo muy querido, Abba.
Hoy, Abba, anuncié una de las experiencias más penosas que quizá hayan de enfrentar los que estén dispuestos a seguirme. Su decisión puede afectar a su familia, destruyendo relaciones, al causar enemistad entre sus propios parientes. Los exhorté a amarme más que a sus padres y a sus hijos. ¿Acaso no pertenece a mi vocación desplegar tus potencialidades, Abba, dando todo lo que puedes dar a través de mí, a quienes has pedido que me escuchen? En mí actúa ese amor eterno, tan tuyo, que asegura la vida, prometiendo el infinito.
Al volver la mirada a las fases recorridas en mi caminar, soy consciente que, a partir de mi experiencia de filiación, Abba, por una preciosa gracia de fecundidad me percibo semejante a ti.
Es en el corazón de esta experiencia, Abba, donde late mi identidad, identidad que cada vez intuyo mejor, mi ser Hijo.
A media noche y en el silencio más espléndido, te pido, mi querido Abba, des valentía y entusiasmo a quienes decidan seguirme.