SANTA ELENA, EMPERATRIZ

De las escasas noticias que tenemos de santa Elena, sabemos que ya desde antes de su conversión, realizada en edad adulta, la riqueza de su alma caracterizó sus generosas acciones y su dedicación al prójimo. Muy relevantes testimonios de la vida cristiana de Elena, animados por la imitaciòn de la humildad, la paciencia y la discreción de Cristo, han permanecido hasta el dìa de hoy.

Los humildes orígenes, el matrimonio y el nacimiento de Constantino

De familia plebeya y pagana, nació a mediados del siglo III probablemente en Drepamin, en Bitinia en el Golfo de Nicomedia (actual Turquía), ciudad a la que su futuro hijo, el emperador Constantino, daría más tarde el nombre de Helénopolis. Allí, según san Ambrosio, Elena ejercía el oficio de «stabularia», es decir, posadera a cargo de los establos. De la modestia y delicadeza de Elena se enamoró el joven oficial Costancio Cloro, quien, a pesar de ser de un rango social más alto, quiso casarse con ella, llevándola con él a Dardania, en los Balcanes. La joven, que no tenía derecho a los títulos honoríficos de su marido, fue su fiel esposa y en el 280 en Naisso en Serbia dio a luz a su hijo Constantino.

El repudio y el ocultamiento

Las cualidades militares y políticas permitieron a Constancio obtener, junto con Galerio, el título de César; pero era necesario confirmar esta promoción dentro del nuevo sistema político de la Tetrarquía, por lo que los emperadores Diocleciano y Maximiano en el año 293 lo obligaron a repudiar a Elena y a unirse en matrimonio con la hijastra de Maximiano, Teodora. Por este motivo Elena fue forzada a alejarse de su familia y de su hijo que, hasta entonces había educado con mucho esmero y amor, pero nunca se desanimó y paciente y humildemente, permaneció en las sombras mientras Constantino se educaba en la corte de Diocleciano.

Augusta, la madre del emperador, solícita y atenta a los más abandonados

Cuando en el año 305 Constancio Cloro se convirtió en el jefe del imperio, su joven hijo, Constantino, lo siguió en Britania donde tomó parte en la campaña de guerra contra los Pictos y, a la muerte del padre, lo sucedió por aclamación del ejército. Entre sus primeras medidas, el nuevo emperador rehabilitó inmediatamente a su madre Elena Flavia Giulia y le dio el honroso título de Augusta. Esta mujer, cuya efigie fue grabada en monedas, tuvo desde entonces libre acceso al tesoro imperial y no obstante el encumbramiento de los honores y del poder imperial, su corazón no se enorgulleció ni buscó venganza, al contrario, su poder imperial lo utilizó para hacer el bien: incrementando su atención innata al prójimo, prodigándose en limosnas y en diversas formas de ayuda para resolver las necesidades materiales de los pobres, como la liberación de los presos, de las minas y del exilio de muchas personas. Se dice que participaba en las celebraciones religiosas, vistiéndose modestamente y mezclándose con la multitud para invitar a los hambrientos a almorzar, sirviéndoles ella misma en persona. Las obras de misericordia reflejaban la fe luminosa y contagiosa de Elena, hasta el punto de que muchos se han preguntado si y cuánto Elena pudo haber influido en la conversión de su hijo y en la promulgación del edicto de Milán en el año 313, que daba libertad de culto a los cristianos después de tres siglos de persecución.

El descubrimiento de la verdadera cruz en Tierra Santa

Una serie de eventos terribles sacudió la vida de la familia cuando en el año 310 Fausta, hija de Maximiano y segunda esposa de Costantino, le advirtió que Maximiano tramaba un complot. Constantino lo hará morir. Más tarde, en 326 Constantino tambièn hará morir a Crispo, hijo de su primera esposa, Minervina, pues Fausta lo habría acusado falsamente de haberla querido seducir. Finalmente, cuando Costantino se dió cuenta, demasiado tarde, de la inocencia de su hijo, también hizo morir a Fausta. En medio de tal cadena de odio, traiciones y crímenes, Elena, a la edad de 78 años, supo mantener su fe con firmeza, y decidió emprender una peregrinación penitencial a Tierra Santa. Allí, con gran espíritu de expiación, hizo edificar las Basílicas de la Natividad en Belén, de la Ascensión en el Monte de los Olivos y convenció a Constantino que construyera la Basílica de la Resurrección. En el Gólgota, donde hizo derribar los edificios paganos construidos por los romanos, tuvo lugar el prodigioso descubrimiento de la verdadera Cruz: se dice que el cadáver de un hombre depositado sobre la madera de la Cruz volvió a recuperar milagrosamente la vida. Los tres clavos que atravesaron el cuerpo de Cristo fueron donados por Elena a Constantino. Uno se colocó en la Corona de Hierro conservada en la catedral de Monza, como para recordarnos que no hay soberano tan poderoso que no tenga que obedecer a la sabia voluntad divina. Las preciosas reliquias se conservan hoy en día en la Basílica Romana de Santa Cruz en Jerusalén. Elena murió en el año 329, a la edad de 80 años, en un lugar no identificado. Fue asistida por su hijo que hizo transportar el cuerpo a Roma en la Via Labicana donde fue sepultado en un imponente mausoleo que lleva su nombre. El sarcófago de pórfido, transportado en el siglo XI a Letrán, se conserva ahora en los Museos Vaticanos. Su culto se extendió tanto en Oriente como en Occidente, donde se conmemora respectivamente el 21 de mayo y el 18 de agosto y se asocia iconográficamente con el símbolo de la cruz. La estatura espiritual de Elena mereció que fuera representada en una de las cuatro estatuas monumentales que se hallan al pie de los pilares de la cúpula de Miguel Ángel en la Basílica de San Pedro en Vaticano, junto a san Andrés, Verónica y Longino.

«El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó» (Apoc. 21,4)

LAS HERMANAS DEJESÚS POBRE, NOPODEMO SER INDIFERENTES AL SUFRIMIENTO DE LOS  HERMANOS Y HERMANAS QUE SUFREN, COMO JESÚS NOS ENSEÑA A CADA INSTANTE.

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE ESTE FIN DE SEMANA

P. Ricardo – 22/6/2025

REFLEXIONES VARIAS

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I SÍNODO ARQUIDIOCESANO – DOCUMENTO FINAL

3 MINUTOS DE RETIRO

MENSAJES DIARIOS DEL PAPA LEÓN XIV

22/6/2025

Cristo es la respuesta de Dios al hambre del hombre, porque su cuerpo es el pan de la vida eterna. Cuando nos alimentamos de Jesús, pan vivo y verdadero, vivimos para Él. Ofreciéndose sin reservas, el Crucificado Resucitado se entrega a nosotros, y de este modo descubrimos que hemos sido hechos para nutrirnos de Dios.

La guerra no resuelve los problemas, sino que los amplifica y produce heridas profundas en la historia de los pueblos, que tardan generaciones en cicatrizar. Ninguna victoria armada podrá compensar el dolor de las madres, el miedo de los niños, el futuro robado. ¡Que la diplomacia haga callar las armas! ¡Que las naciones tracen su futuro con obras de paz, no con la violencia ni conflictos sangrientos!

Hoy más que nunca, la humanidad clama y pide la paz. Es un grito que exige responsabilidad y razón, y no debe ser sofocado por el estruendo de las armas ni por las palabras retóricas que incitan al conflicto. Todo miembro de la comunidad internacional tiene la responsabilidad moral de detener la tragedia de la guerra, antes de que se convierta en una vorágine irreparable. No existen conflictos “lejanos” cuando está en juego la dignidad humana.

Continúan llegando noticias alarmantes desde Oriente Medio, sobre todo desde Irán. En este escenario dramático, que incluye a Israel y Palestina, corre el riesgo de caer en el olvido el sufrimiento diario de la población, especialmente de Gaza y los demás territorios, donde la necesidad de una ayuda humanitaria adecuada es cada vez más urgente.

En la Eucaristía el Señor acoge, santifica y bendice el pan y el vino que ponemos en el altar, junto con la ofrenda de nuestra vida, y los transforma en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sacrificio de amor para la salvación del mundo. Dios se une a nosotros acogiendo con alegría lo que le presentamos y nos invita a unirnos a Él recibiendo y compartiendo con igual alegría su don de amor.

En muchos países se celebra la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Corpus Domini, y el Evangelio De Hoy narra el milagro de los panes y los peces (Lc 9,11-17). Más allá del prodigio, el milagro es un “signo”, y nos recuerda que los dones de Dios, incluso los más pequeños, crecen más cuanto más se comparten.

INTENCIONES DEL PAPA

El Papa León XIV nos invita a profundizar nuestra relación personal con Jesús y a aprender de su Corazón la compasión por el mundo.