SAN PANTALEÓN, MÉDICO Y MÁRTIR

San Pantaleón

San Pantaleón nació y vivió su corta vida (23 años) a fines del siglo II (año 282), en la ciudad de Nicomedia, en Turquía, que por aquel entonces pertenecía al Imperio Romano.

La madre de San Pantaleón era cristiana y se encargó de la educación del niño, iniciándolo en la fe en Jesús. Pero el padre de San Pantaleón era senador del gobierno romano y adoraba los falsos dioses en los que ellos creían.

Su padre hizo que su hijo estudiara medicina con los hombres más sabios de ese tiempo. Al terminar sus estudios, fue presentado ante el Emperador y causó tan buena impresión, que éste lo nombró su médico personal.

Cierta vez en que San Pantaleón paseaba por el bosque, se encontró con un anciano sacerdote, llamado Hermolao, que había conocido a su madre. La bondad y la sabiduría del anciano, hicieron que San Pantaleón fuera muchas veces a conversar con él, para que le enseñara cosas sobre Jesús y la fe cristiana. Finalmente, San Pantaleón decidió que, si veía un milagro, se haría cristiano.

Una tarde, mientras caminaba de regreso a su casa, se encontró con un niño que acaba de morir a raíz de la mordedura de una víbora venenosa. San Pantaleón se arrodilló y rezó: “Dios, te pido que este niño vuelva a la vida por el poder de tu Hijo Jesús”. Ni bien terminó de rezar esta oración, el niño se puso de pie. ¡Había resucitado!

San Pantaleón decidió entonces ponerse en manos de Hermolao, para profundizar sus conocimientos de la fe cristiana. Finalmente cumplió su promesa y se hizo cristiano, recibiendo el Sacramento del Bautismo. Desde entonces se dedicó a hacer el bien entre la gente y a enseñar la vida de Jesús.

Una vez médico, Pantaleón comenzó a curar gratuitamente a los pobres, lo que no les gustó a las autoridades paganas. Denunciado al emperador, fue condenado a muerte y murió mártir en el año 305.

«Siempre y en todas mis oraciones pido con alegría por todos ustedes, pensando en la colaboración que prestaron a la difusión del Evangelio, desde el comienzo hasta ahora.» (Fil. 1,4)

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Obispo Jorge García Cuerva – 15/12/2024

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El hablar bien y no hablar mal, es una expresión de la humildad, y la humildad es el rasgo esencial de la Encarnación, en particular del misterio del Nacimiento del Señor, que nos disponemos a celebrar.