SAN JUAN DE SAHAGÚN, SACERDOTE AGUSTINO

En San Facundo o Sahagún, en 1430, la noble familia González se alegró mucho por el nacimiento de Juan, ya que sus padres habían rezado, ayunado y hecho obras de caridad para pedir a Dios tan inmerecido don. Pronto se hizo evidente que Juan era un niño especial, que prefería ir a la iglesia en lugar de jugar con sus compañeros, por lo que su educación fue confiada a los Benedictinos: bajo su guía estudiará la teología y la filosofía.

Amigo de la pobreza evangélica

Después de completar sus estudios, Juan hubiera podido vivir de las rentas eclesiásticas de las que gozaba su familia, pero ese proyecto no lo entusiasmaba en ningún modo. Su padre, entonces, lo presentó al Obispo de Burgos que lo ordenó sacerdote. Sin embargo, ni siquiera en el ambiente de la Curia encontraba una satisfacción espiritual profunda: demasiadas riquezas le rodeaban todavía, mientras que en su corazón latía un intenso deseo de entregarse completamente a Jesús, sabiendo que todos los placeres del mundo no son nada comparados con el gozo puro que se experimenta en la práctica de la oración, la meditación y las virtudes evangélicas.

Su entrada entre los Agustinos

La verdadera vida para él comenzó con su retiro en Salamanca, donde entró a formar parte de los Frailes agustinos, que lo recibieron con los brazos abiertos. Allí inizió una vida tan virtuosa como austera, durante la cual interpretó la Regla de forma extrema. Regaló la mejor de las dos prendas que poseía a un pobre hombre; cuidó el refectorio y la bodega que le habían sido confiados, con ejemplar meticulosidad y amor; incluso (tal vez con celo excesivo) se confesaba tres veces al día, pues buscaba la absoluta pureza de conciencia. En Salamanca creció su fama de santidad, tanto que fue elegido dos veces Prior del convento: en 1471 y en 1477, pero nunca exigió a los demás ninguna cosa que él mismo no hubiera ya puesto en pràctica en su persona.

Cercano a las personas y cercano a Jesús

Un hombre cuya fe e integridad eran tan claras, recibió también algunos carismas extraordinarios del Señor: el primero fue su capacidad de permanecer en contemplación toda la noche, en éxtasis, sin necesidad de dormir, a veces incluso levitando fuera de sí. Pero es sobre todo durante la celebración de la Eucaristía que Jesús le concedió la revelación de su rostro resplandeciente de luz, que Juan describió como un sol, y que él adoró por encima de todo. Además de estas continuas comunicaciones místicas con el Señor, Juan recibió también una excepcional capacidad de persuasión que le permitió tocar el corazón de las personas con la profundidad de sus predicaciones y con la fuerza de sus exhortaciones a la conversión, a abandonar el pecado y a practicar el perdón, la reconciliación y el amor fraterno.

La paz en Salamanca

Fueron años muy duros los que vivió Juan en Salamanca: las calles estaban bañadas de sangre por una guerra interna entre facciones opuestas; situación dramática de una ciudad dividida y llena de rencores, en la cual el santo intervendrá y obtendrá el milagro de la paz gracias a su grande capacidad de reconciliación y de perdón. Juan regresó a la casa del Padre el 11 de junio de 1479. Fue beatificado en 1601 y canonizado por Alejandro VIII en 1690.

A continuación se propone una oración popular que se dirige a Dios por intercesión de este santo:

«Oh Dios, autor de la paz y amigo de la caridad,
que adornaste al Beato Juan Confesor
con el admirable don de pacificar a los enemigos,
concédenos por sus méritos e intercesión,
que, confirmados en tu amor,
ninguna tentación nos pueda separar de ti».

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