Ignacio gobernó, como sucesor de Pedro, la Iglesia de Antioquía. Condenado a las fieras, fue trasladado a Roma en tiempos del emperador Trajano, donde sufrió el martirio en el año 107.
En las escalas de su viaje a Roma, escribió a diversas Iglesias cartas en las que expresa hermosos cantos de amor brotados de un corazón cristiano: «Déjenme recibir la pura luz. No hay en mí sino un agua viva que murmura: Ven hacia el Padre».