La figura del “discípulo amado” ha sido interpretada de diversas maneras. Algunos la asocian específicamente a Juan, mientras que otros la ven como una representación de todos aquellos que siguen fielmente a Jesús. Independientemente de su interpretación literal, el texto subraya un mensaje central: el Señor Resucitado está presente en cada uno de sus discípulos, acompañándolos y sosteniéndolos en todo momento. La experiencia de la presencia de Jesucristo nos convierte a todos en potenciales “discípulos amados”. En la medida en que nos dejemos guiar por el Espíritu Santo y abramos nuestros corazones al amor de Dios, podemos convertirnos en testigos de su presencia en el mundo.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 21, 19-25

Jesús resucitado había anunciado con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Pedro, volviéndose, vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba, el mismo que durante la Cena se había reclinado sobre Jesús y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?»

Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: «Señor, ¿y qué será de éste?»

Jesús le respondió: «Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué importa? Tú sígueme.»

Entonces se divulgó entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría, pero Jesús no había dicho a Pedro: «Él no morirá», sino: «Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa?»

Este mismo discípulo es el que da testimonio de estas cosas y el que las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero.

Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relatara detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían.

Palabra del Señor.

El amor que Pedro siente por Jesús no se limita a un vínculo personal. Jesús le confía una misión trascendental: ser el pastor de su rebaño, cuidar y guiar a los demás. Pedro, restituido ante la comunidad, acepta con compromiso y valentía esta responsabilidad.

Las palabras de Jesús a Pedro resuenan con fuerza en nuestros corazones: “Apacienta mis ovejas”. Este llamado no se limita a los apóstoles, sino que se extiende a todos los seguidores de Cristo. Cada uno de nosotros está llamado a amar y servir a nuestro prójimo con la misma entrega y generosidad que Pedro.

La Iglesia, como comunidad de creyentes, tiene la responsabilidad de continuar la obra de salvación que Jesús inició. Inspirados por el amor de Pedro, debemos ser testigos de la fe en el mundo, servir a los más necesitados y proclamar la Buena Noticia a todos los pueblos.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 21, 1.15-19

Habiéndose aparecido Jesús resucitado a sus discípulos, después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?»

Él le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»

Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos.»

Le volvió a decir por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»

Él le respondió: «Sí, Señor, sabes que te quiero.»

Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas.»

Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»

Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: «Señor, Tú lo sabes todo; sabes que te quiero.»

Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas.

Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras.»

De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: «Sígueme.»

Palabra del Señor.

La unidad entre los creyentes es la prueba más convincente de la misión divina de Jesús. No son las palabras, sino las acciones llenas de amor las que convencen al mundo. Como bien lo expresa Jesús: “Ámense unos a otros como yo los he amado; en esto conocerán todos que son mis discípulos.”

La unidad que Jesús pide es la cumbre del Evangelio, la “buena nueva” por excelencia. Es el reflejo del amor trinitario, el amor perfecto que une al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Este amor se manifiesta en la humanidad cuando busca, a través de la unidad, construir un mundo más justo y fraterno.

En definitiva, la última plegaria de Jesús es una invitación a vivir en el amor y la unidad, siguiendo su ejemplo y dejando que el Espíritu Santo guíe nuestros pasos. Es en esta unidad donde reside la esencia del mensaje cristiano y el testimonio más poderoso de la fe.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 17, 1b. 20-26

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús levantó los ojos al cielo y oró diciendo:

«Padre santo, no ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno: como Tú, Padre, estás en mí y Yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me enviaste.

Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno -Yo en ellos y Tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que Tú me has enviado, y que los has amado a ellos como me amaste a mí.

Padre, quiero que los que Tú me diste estén conmigo donde Yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo.

Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero Yo te conocí, y ellos reconocieron que Tú me enviaste. Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que Tú me amaste esté en ellos, y Yo también esté en ellos.»

Palabra del Señor.

El cristiano, siendo “un hombre” como cualquier otro, también es un “consagrado”. Vive en el mundo sin renegar de él, pero con la responsabilidad de mantener su identidad y valores cristianos. Jesús desea que sus discípulos vivan unidos, llenos de alegría y madurando en la verdad.

Se nos invita a abandonar la mentalidad del mundo y adoptar la de Cristo. Esto implica rechazar las “bienaventuranzas” del mundo y abrazar las enseñanzas de Jesús.

Jesús nos llama a consagrarnos en la verdad, una verdad que Él mismo ha conquistado para nosotros, y los discípulos responderán a este llamado testimoniando y comunicando la vida de Jesús frente a la mentira, la codicia y la maldad que corrompen el mundo y lo convierten en un lugar inhumano e injusto.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 17, 11b-19

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo:

«Padre santo, cuídalos en tu Nombre a los que me diste para que sean uno, como nosotros. Mientras estaba con ellos, Yo los cuidaba en tu Nombre a los que me diste; los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura.

Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto.

Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo.

Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Así como Tú me enviaste al mundo, Yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad.»

Palabra del Señor.

Lectura del santo evangelio según san Juan 15, 9-17

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena.

Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos, que el que da la vida por ellos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre.

No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros’’.

Palabra de Dios

Jesús nos invita a “tener valor” porque Él es la fuente de la paz y porque con Él la victoria es posible. En los momentos de lucha por el Evangelio, en los sufrimientos de la persecución o en la desolación por el aparente fracaso, debemos recordar la victoria de Jesús sobre el mundo. Ella asegura a los discípulos la paz fecunda y les recuerda que ningún poder sobre la tierra es absoluto: ni los grandes imperios de la historia, ni los poderes actuales del mundo globalizado y despiadado. La paz que les deseaba como despedida debe ser una realidad gracias a la unión con Él.

Sobre cualquier fuerza que quiera imponerse en la historia como absoluta y definitiva, se levanta la cruz de Jesús, quien vino a los suyos para que tuvieran vida y vida abundante. La victoria de Cristo en la cruz sobre el mundo asegura a los discípulos serenidad en medio de las pruebas.