En nuestra vida existe una tendencia permanente a pedir señales, milagros, signos y pruebas indiscutibles para poder creer. Solemos valorar lo que produce beneficios inmediatos.
La resurrección de Jesús es el único signo que se nos ha dado y se nos dará. Nosotros también hemos sido sepultados con Cristo y vivimos por Él y en Él, ahora y por siempre, habiendo dado un verdadero “paso pascual”: un paso de muerte a vida, del pecado a la gracia.
La resurrección es el triunfo de la vida sobre toda forma de muerte. Por eso, la Pascua de Jesús, así como nuestra pascua a través del bautismo, son el signo de vida por excelencia, la causa de tantos “milagros cotidianos de la gracia”.