Encontrándose su historia narrada en las Sagradas Escrituras, en el primer libro de los Reyes, San Eliseo nació nueve siglos antes de la venida de Cristo en Abemeula, y de hecho prefigura bien su actividad; predicar que la salvación solo viene de Yahvé, siendo un rico propietario rural, pues araba «con doce yuntas de bueyes». Eliseo conserva sus costumbres de ciudadano acomodado: lleva vestido corriente, vive en las ciudades, tiene una casa en la capital de Samaría y un siervo, Guejazi, que lo acompaña siempre. A semejanza de Elías, tiene discípulos, los hijos de los profetas, de los que se sirve algunas veces en su misión y aun para sus milagros: es el profeta de los milagros.
Actúa durante los reinados de los sucesores de Ajab: Joram, Jehú, Joacaz y Joás. Acompaña a los ejércitos que se movilizan contra Moab: los salva del desaliento durante las marchas, pronosticando la victoria, revela las emboscadas del rey de Damasco y anuncia el final del terrible asedio de Samaría mediante una extraordinaria intervención de Yahvé, es sin duda un profeta político. Además de ser un profeta político, tu poder taumaturgo fue extraordinario: con el manto de Elías, divides las aguas del Jordán; con un poco de sal potabilizas las aguas de la fuente de Jericó; multiplicas el aceite de la alcuza de una viuda, obtienes de Dios un hijo para la sunanita que te hospeda, al cual luego le devolverás la vida; multiplicas los panes para un centenar de personas, curas la lepra a Naaman, enviándolo a lavarse siete veces en el río Jordán. En fin, un profeta que supo revelar los misterios de Dios, con obras visibles y llenas de simbolismo.
Eliseo murió en Samaría a edad muy avanzada, hacia el año 830 antes de la era cristiana, lo enterraron en una cueva, y bastante tiempo después unos hombres iban a enterrar a un muerto, pero al ver venir un grupo de guerrilleros, dejaron el muerto sobre la tumba de Eliseo y salieron corriendo, y el muerto al tocar la tumba del santo profeta, resucitó.