LA CRUZ ROJA
Nacido en Bucchianico, en provincia de Chieti, el 25 de mayo de 1550 y fallecido en Roma el 14 de julio de 1614, su figura está emblemáticamente vinculada a la Cruz roja que él logra llevar cocida sobre el hábito religioso, con la autorización del Papa Sixto V el 20 de junio de 1586. En particular, como refiere en el 1620 el padre Sanzio Cicatelli, primer biógrafo del Santo, “por tres razones le gustó al padre nuestro que lleváramos la Cruz en las vestiduras, teniéndola para nuestra empresa y como insignia. La primera, para distinguirnos del hábito de la Compañía de Jesús. La segunda, para hacer conocer al mundo que todos nosotros, marcados con esta marca de Cruz, somos como esclavos vendidos y dedicados al servicio de pobres enfermos. Y la tercera, para demostrar que ésta es la religión de cruz, es decir de muerte, de patíbulos y de fatiga, para que aquellos que querrán seguir nuestro modo de vida, se predispongan a venir a abrazar la Cruz, a abnegar a sí mismos y seguir a Jesucristo hasta la muerte”.
MINISTROS DE LOS ENFERMOS
La gracia de Dios llegó a Camilo en el 1575. Durante un viaje al convento de San Giovanni Rotondo, encontró a un fraile que lo llamó a parte, para decirle: “Dios es todo. Lo demás es nada. Es necesario salvar el alma que no muere…”. Camilo pidió transformarse en capuchino, pero en dos ocasiones fue dimitido del convento a causa de una llaga en la pierna que se le abrió en tiempos de sus incursiones militares. Por este motivo, fue internado en el hospital romano de San Santiago. Aquí tuvo la intuición de unir la pasada disciplina del soldado a la caridad cristiana dando vida a los “Ministros de los enfermos”. Con cuatro votos para entrar y formar parte: obediencia, pobreza, castidad y servicio a los enfermos.
UN GRAN REFORMADOR
Es considerado el primer gran reformador de la enfermería y de la organización asistencial en los hospitales. Según San Camilo, además del cuidado del cuerpo, quien asiste al enfermo tendría que hacerse cargo del espíritu. Algo radicalmente diverso de lo que sucedía en los hospitales de la época, donde los enfermos eran abandonados a sí mismos. Hombre eminentemente práctico y simple, ciertamente no carente de cultura ni de intereses, San Camilo no buscó finezas teóricas en su apostolado. Le bastaban pocas líneas directrices, además de un agudo discernimiento del corazón, del que fue excepcionalmente dotado, y un gran sentido común unido a dulzura paternal.