El Evangelio es fuego. No es un mensaje tibio ni una pertenencia social. La Iglesia no es un club de amigos ni una institución para estar cómodos: es una comunidad encendida por el Espíritu, llamada a arder con el mismo fuego del amor de Cristo. El saludo de la paz no es cortesía; el bautismo no es un trámite: son signos de una vida nueva nacida del fuego del Espíritu y del bautismo de sangre del Señor.
Jesús desea que ese fuego esté ardiendo hoy, en nosotros. Nos invita a pasar la prueba del fuego, a no temer el dolor de la purificación ni el riesgo del Espíritu. El amor verdadero es pasión, y la Iglesia solo será fiel si se deja quemar por ese amor que transforma todo.



