SAN JUAN DE CAPESTRANO, SACERDOTE

Capestrano, en Abruzzo, es el lugar de nacimiento de Juan, hijo de un barón alemán, que pronto se trasladó a Perugia para estudiar derecho. Hizo una rápida carrera, se convirtió en jurista y gobernador de la ciudad, pero fue encarcelado debido a la ocupación de la ciudad por parte la familia Malatesta. Allí en la cárcel fue donde descubrió que el Señor le llamaba; así que, una vez liberado, se convirtió en sacerdote de la Orden de los Frailes Menores.

Los años de predicación en Italia

Entre los franciscanos, Juan se ocupó de la predicación, la defensa de la ortodoxia católica y la reforma de la Orden desde dentro. Fueron sus predicaciones, sobre todo en Adviento y Cuaresma, las que inflamabann a la gente, producían conversiones y renovaban espiritualmente a las personas que lo escuchaban. Durante este período Juan conoció a Bernardino de Siena, también un fraile franciscano, del que se hizo amigo. Bernardino le explicó su particular devoción al Nombre de Jesús, condensado en la sigla JHS, es decir, «Jesús salvador de los hombres»: y luego será propio Juan quien defenderá a Bernardino de las acusaciones de herejía. Juan también fue responsable de desenmascarar el «fraticismo»: o sea, aquella práctica de una secta fundamentalista que pretendía interpretar el evangelio a la letra y difundía doctrinas heréticas como si fueran integrantes de la Regla Franciscana. Por esta razón, Juan de Capistrano, apodado la «Columna de la Observancia», ha sido considerado uno de los más grandes reformadores de la Orden. Fue también encargado de evangelizar a los avariciosos para buscar frenar la difusa práctica de la usura.

El «Apóstol de la Europa Unida»

En 1453 la corrompida capital del Imperio Romano de Oriente, Constantinopla, cayó en manos de los turcos. El incontenible avance del Islam y los turcos amenazaba al debilitado mundo cristiano europeo: para muchos comenzaba a ser una preocupación fuerte y concreta. Juan y sus 12 compañeros habían sido comisionados por el Papa Nicolás V para evangelizar las tierras europeas más descuidadas y combatir las herejías generalizadas, pero en este nuevo contexto de confusión política y religiosa, donde la paz y la religión cristiana habían sido amenazadas seriamente, los frailes tuvieron que dejar la evangelización del Austria, donde se hallaban, para dedicarse a defender al mundo cristiano de los nuevos invasores, pero ahora con las armas. Fué así que Juan comenzó a viajar por Europa Central en un intento de reclutar soldados voluntarios. Tendrá una gran respuesta sólo entre el pueblo húngaro, que era el más expuesto a las amenazas de los turcos. A la cabeza de un ejército de cinco mil hombres, Juan se puso en camino hacia Belgrado con el objetivo de romper el asedio de la ciudad que el Capitán Mahoma II les había infligido con su flota fluvial. Una semana más tarde logró la victoria terrestre, que transformó al viejo monje en un general victorioso. Sin embargo, en su camino de regreso, postrado por la fatiga y habiendo contraído la peste, Juan murió en el convento de Ilok, en la actual Croacia, el 23 de octubre de 1456. Canonizado por Alejandro VII en 1690, fue nombrado el patrón de los capellanes militares en 1984.

Esta es la oración que los capellanes militares dirigían a su santo patrón:

Oh glorioso san Juan, hombre de Dios y de la Iglesia,
animador de audaces ejércitos,
nosotros los Capellanes Militares
de las Fuerzas Armadas de la Tierra, el Cielo y el Mar
te invocamos con el mismo fervor con el que invocabas al Señor
para guiar a sus hombres a la preservación de la civilización cristiana.
Nosotros también, por el sagrado deber hacia Dios y la patria,
estamos llamados a apoyar a las nuevas generaciones
en la búsqueda y defensa de los valores supremos de la justicia y la paz.
Enséñanos a amar a nuestros soldados como tú los amaste,
a sentirlos más cercanos que a los hermanos de sangre,
a comprenderlos en sus aspiraciones humanas y espirituales.
Ayúdanos a llevar en el corazón de nuestros ejércitos
la misma pasión de fe y la integridad de nuestro testimonio.
Esto es lo que nuestros hombres de armas nos piden
y esto es lo que debemos darles.
A ti, por lo tanto, oh nuestro Patrón celestial,
recurrimos; de ti, oh Seráfico Apóstol,
imploramos y por tus méritos esperamos los Dones del Espíritu.
Amén.

«El tarro de harina no se agotará ni el frasco de aceite se vaciará, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la superficie del suelo» (Rey.17,14)

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