Velar no significa vivir con miedo ni con angustia, sino responder con amor y responsabilidad a la fidelidad de Dios. El Señor espera una respuesta constante de fe, amor y paciencia en medio de nuestras ocupaciones y preocupaciones. Y esa respuesta es personal e intransferible: nadie puede darla por nosotros. Por eso, las vírgenes prudentes no podían compartir su aceite; cada corazón debe cuidar su propia llama.
No podemos esperar un mañana incierto para encender la lámpara del amor. Hoy es el momento de vivir apasionadamente el amor de Dios y el amor a los hermanos. No basta con haber aceptado un compromiso inicial; necesitamos perseverar. Si dejamos apagar la lámpara de la fe por falta de oración y fidelidad, no reconoceremos al Señor cuando llegue. La perseverancia no se improvisa en un minuto: se amasa lentamente a lo largo de toda la vida.