Todo árbol bueno da frutos buenos. Y desde el Sermón de la Montaña, podemos aprender a evaluar esos frutos con un criterio verdaderamente evangélico. Tampoco debemos olvidar que los frutos no aparecen de un día para el otro. También se es bueno cuando no se desfallece en ese modo de obrar, cuando se persevera en hacer el bien sin cansarse, sin dejarse arrastrar por la tentación de hacer el mal. Y si en algún momento el cansancio o la tentación nos hacen ceder, siempre queda el camino de reconocerlo con sinceridad, arrepentirse de corazón… y volver a empezar.
Como cristianos, no deberíamos definirnos solo por nuestro culto o por el nivel de sabiduría teológica que seamos capaces de alcanzar. Nuestra forma de vida, ajustada al espíritu del Evangelio, es la que da calidad y coherencia a nuestra propuesta evangelizadora.