SAN GUILLERMO, ABAD

Guillermo nació en Vercelli, de una noble familia, hacia el año 1085. A los quince años se dedicó a recorrer los principales santuarios de Europa; entre ellos, Santiago de Compostela. Intentó, también, ir a Tierra Santa, pero fue disuadido por San Juan de Matera y por otra razón aun más contundente: una paliza propinada por unos ladrones. A raíz de ese desagradable incidente, se dirigió a Montevergine. Buscaba la soledad, y en ese lugar fundó, en 1128, la congregación benedictina de Montevergine. La regla que impuso a los monjes era muy austera: en las comidas no se permitía el vino, la carne, la leche y sus productos y, durante tres días a la semana, no había otro alimento que verduras y pan seco.

Meta inimaginable

El monasterio que fundó fue erigido en un lugar despoblado a unos 1.300 metros al este de Nápoles llamado Monte Virgiliano. Allí practicó una vida eremítica durante algunos años.

Luego se le unieron algunos discípulos, entre ellos sacerdotes, que construyeron celdas y participaron de la edificación de una iglesia dedicada a la Virgen en 1124, y más tarde un monasterio al que Guillermo dio el nombre de Montevergine (Monte Virgen).
La afluencia de fieles fue ocasión para que los sacerdotes ejercieran su ministerio pero Guillermo, buscando la soledad, se alejó de Partenio hacia 1128. Se estableció en la llanura de Goleto en los límites de Campania y Basilicata. Allí comenzó una nueva experiencia monástica, un monasterio doble integrado mayormente por mujeres. Fundó otros varios de la misma regla aunque tampoco en Goleto permaneció de forma estable ya que viajó a Apulia en varias oportunidades.

Los monjes de Montevergine

Guillermo Abad se caracterizó por establecer unas rigurosas reglas de convivencia en el monasterio: estricta penitencia, oración, meditación y el ejercicio de la caridad hacia los pobres. Así surge la Congregación Verginiana, que se reconocería oficialmente en 1126.
Es representado frecuentemente con hábito blanco, portando un báculo en su mano derecha, y con un lobo a sus pies. Según una tradición, un lobo devoró su asno y él lo reprendió, convirtiéndolo. Con variantes, el mismo tipo de relato se reiteró años más tarde con el lobo de Gubbio en las Florecillas de san Francisco. Se trata de ejemplos de la narrativa cristiana propia de la época, que presentaba a santos como Guillermo, Francisco de Asís o Antonio de Padua ejerciendo influencia sobre el comportamiento de los animales o sobre la naturaleza, probablemente como reflejo de las actitudes y de los idearios que ellos vivieron.

Patrón de Irpinia

Murió en Goleto, hoy Sant’Angelo dei Lombardi, el 25 de junio de 1142. Su cuerpo permaneció en Goleto hasta 1807, año en que fue trasladado a Montevergine.
La veneración de Guillermo de Vercelli se inició en los monasterios de su propia congregación, y se extendió gradualmente a la diócesis de Vercelli y a todo el reino de Nápoles. En 1785, el culto se generalizó en toda la Iglesia católica. Su festividad se celebra el 25 de junio.
En 1942, Pío XII proclamó a Guillermo de Vercelli patrono de Irpina.

«Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu.» (1 Cor. 12,4)

Pentecostés, B: ¡A dejarse transformar por el fuego del Espíritu Santo! |  Soy Asuncionista

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE ESTE FIN DE SEMANA

Daniel Blanc – 18/1/2025

REFLEXIONES VARIAS

Mons. Jorge García Cuerva – 19/1/2025

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3 MINUTOS DE RETIRO

MENSAJES DIARIOS DEL PAPA

La anunciada liberación de un grupo de presos de las cárceles cubanas es un gesto de gran esperanza en este año jubilar. Espero que sigamos emprendiendo iniciativas de este tipo, que infunden confianza en el camino de las personas y de los pueblos.

Tanto los israelíes como los palestinos necesitan claros signos de esperanza: espero que las autoridades políticas de ambos, con la ayuda de la comunidad internacional, puedan alcanzar la solución adecuada para los dos Estados.

Cuando en nuestra vida falta el vino de la alegría y del amor, el Señor nos dona su amor con sobreabundancia, trayendo a nuestras vidas el vino del Espíritu Santo, que es el vino de la alegría y de la esperanza.

En el Evangelio De Hoy (Jn 2,1-11) podemos observar dos cosas: la falta y la sobreabundancia. En el banquete de nuestra vida a veces nos damos cuenta de que falta vino. Ocurre cuando las fuerzas perturbadoras del mal nos quitan el sabor de la vida.