Jesús no está prometiendo una vida sin luchas, sino algo más grande: que, a pesar de las pruebas, la victoria ya está asegurada en Él. La persecución no es señal de derrota. Al contrario, cada vez que el mundo cree haber vencido al Evangelio, en realidad confirma su propia debilidad.
Jesús nos invita a tener valor. Él es nuestra paz. En los momentos de lucha por ser fieles, en el dolor de la persecución, o cuando sentimos que todo se desmorona, tenemos que recordar su victoria. Porque esa victoria no es solo un recuerdo del pasado: es una fuerza viva, presente, que nos sostiene.
Ningún poder sobre la tierra es eterno. Ni los grandes imperios del pasado, ni los sistemas globalizados de hoy que oprimen a los más débiles. Por encima de todo eso, se levanta la cruz de Jesús, como señal de esperanza y de vida abundante.