Necesitamos a Jesús como el alma de nuestra vida. Estar unidos a Él, como propone el Evangelio, es acoger su vida; beber de su savia significa asimilar su modo de pensar —que es el del Padre— y realizar las obras que Él realiza.
Sin esta unión personal con Jesús, todo lo que hagamos con nuestras solas fuerzas será estéril. Las personas y las situaciones no cambiarán simplemente por nuestro esfuerzo; solo Jesús puede tocar los corazones y transformar la realidad.
La mayor alegría del Padre, el Viñador, es que demos «fruto abundante». Y, para lograrlo, a veces recurre a la «poda», para que ese fruto sea aún mayor.
Este fruto se manifiesta en una vida con sentido: discípulos que viven con esperanza, con serenidad, alegría y fortaleza en medio de las dificultades. Personas capaces de ayudar a los demás, de sostenerlos en sus fragilidades, porque la seguridad y la fuerza que tienen provienen de Jesús, como la vid alimenta al sarmiento.