Jesús mismo quiere saciar el hambre más profunda que habita en el corazón humano: el deseo de una vida con sentido, abierta a la trascendencia, al anhelo de felicidad verdadera, de justicia, paz y amor. Él quiere responder al deseo de plenitud que todos llevamos dentro. A eso el evangelista Juan lo llama “vida eterna”.
Unidos a Él, también nosotros estamos llamados a ser pan para los demás, a entregarnos por el bien de otros. Aunque el mal exista y lastime, es mucho más fuerte la misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Por eso, cuando saciamos las hambres de quienes nos rodean, cuando levantamos al caído, cuando compartimos con generosidad, estamos haciendo visible la resurrección de Cristo en medio del mundo. Es ahí donde su vida nueva se sigue abriendo camino.



