El bien que Dios quiere hacer trasciende incluso las intenciones y motivaciones de quienes actúan. La frase del sumo sacerdote, que pretendía justificar la muerte de Jesús como una necesidad política, se convierte sin saberlo en una profecía: Jesús va a morir, sí, pero para reunir a los hijos de Dios dispersos, para salvar no solo a una nación sino a toda la humanidad.
Dios no escoge solo a los fuertes o virtuosos; se vale también de los imperfectos, de los que no comprenden, incluso de los que se oponen a su voluntad, para llevar adelante su obra. Así se hace evidente que la luz y la gracia no vienen de las capacidades humanas, sino que son pura iniciativa y don de Dios.