Hoy, como entonces, Jesús sigue siendo un signo de contradicción. Su presencia nos desafía, nos obliga a tomar postura. No se puede quedar uno en la tibieza.
Dios no se impone. Se ofrece, se entrega, y nos invita a decidir si queremos estar con Él o no. Esa es una decisión personal que cada uno, con la ayuda del Espíritu Santo, tiene que tomar. Los milagros por sí solos no bastan: hace falta humildad y sencillez para reconocer a Jesús como presencia del Reino.
Hoy, igual que ayer, hay división. Unos creen, otros no. Porque en las cosas del amor y de la fe no se puede responder a medias. La vocación cristiana es una llamada a una entrega total, como la que Jesús vivió con fidelidad hasta la cruz.