La mayor señal no es un prodigio deslumbrante, sino la misma vida de Jesús: su cercanía con los que sufren, su entrega hasta la cruz y su fidelidad al amor del Padre. En Él, Dios se muestra de una manera que el mundo considera fracaso, pero que en realidad es el mayor acto de misericordia. Jesús invierte las expectativas mesiánicas y revela a un Dios que se acerca a los más humildes, que comparte su impotencia y los ama con ternura.
Su palabra, sus gestos sencillos y sus milagros son la manifestación del corazón misericordioso del Padre. No viene a imponer la fe con signos espectaculares, sino a enseñarnos a reconocer la presencia de Dios en lo cotidiano.