El peligro de la riqueza no es patrimonio exclusivo de los ricos, porque: “poner la confianza en el dinero”, “querer tener cada vez más” y “dejarse aprisionar por la espiral del consumo” afecta a todos. Jesús sabe que los bienes no son neutrales y que, muchas veces, provocan ese conjunto de actitudes que propician la explotación de los demás, el fraude a la comunidad, la evasión de capitales, el gasto en armamentos, y el despilfarro familiar. Donde manda el dinero, no puede haber cristianismo coherente ni vida plena.
Donde se juega el todo de nuestra vida es en nuestra opción más profunda, aquella que realmente dirige nuestras decisiones. El desprendimiento de las riquezas es la piedra de toque de la autenticidad de nuestra fe y de nuestro amor.