El discípulo está llamado a ser guía y a orientar. Para poder hacerlo, debe aprender. Sólo el aprendizaje convierte al discípulo en un buen maestro. Quien quiera conducir a su prójimo por el camino del amor, de la fidelidad y de la rectitud, primero debe dejarse guiar por Cristo en ese mismo camino.
El camino de la perfección no es algo inventado por el hombre. Jesús va delante de nosotros, tomando la iniciativa, renunciando a ser juez de los demás, e invitándonos con amor a reconocer nuestro propio pecado; con la esperanza de que, al ser hombres nuevos, tengamos el derecho de proponer a los demás un cambio en sus vidas.