El martirio de San Juan Bautista, a quien Herodes Antipas mandó decapitar en la fortaleza de Maqueronte, cerca del Mar Muerto, revela la calidad de alma del precursor de Cristo y la plenitud de su respuesta al llamado de Dios. En su muerte, como en su predicación, dio testimonio de la verdad y, según las palabras de Jesús, fue «una lámpara que arde e ilumina».





