La vid verdadera

La iglesia a lo largo de los tiempos y su interpretación de la «vid verdadera».

San Cirilo de Alejandría: «El Señor, queriendo enseñarnos la necesidad que tenemos de estar unidos a Él por el amor, y el gran provecho que nos proviene de esta unión, se da a sí mismo el nombre de vid, y llama sarmientos a los que están injertados y como introducidos en Él, y han sido hechos ya partícipes de su misma naturaleza por la comunicación del Espíritu Santo (ya que es el santo Espíritu de Cristo quien nos une a Él). La adhesión de los que se allegan a la vid es una adhesión de voluntad y de propósito, la unión de la vid con nosotros es una adhesión de afecto y de naturaleza. Movidos por nuestro buen propósito, nos allegamos a Cristo por la fe y, así, nos convertimos en linaje suyo, al obtener de Él la dignidad de la adopción filial. En efecto, como dice san Pablo, quien se une al Señor es un espíritu con Él».

San Hilario: «“El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en Él” (Jn 6, 56). Para estar en Él, tiene Él que estar en nosotros, ya que sólo Él mantiene asumida en su persona la carne de los que reciben la suya. Ya antes había enseñado la perfecta unidad que obra este Sacramento [la Eucaristía], al decir: “Así como me envió el Padre que posee la vida y yo vivo por el Padre, de la misma manera quien me come vivirá por mí” (Jn 6, 57). Él, por tanto, vive por el Padre; y, del mismo modo que Él vive por el Padre, así también nosotros vivimos por su Carne».

San Cirilo de Alejandría: «Hemos sido regenerados por Él y en Él, en el Espíritu, para que demos frutos de vida, no de aquella vida antigua y ya caduca, sino de aquella otra que consiste en la novedad de vida y en el amor para con Él. Nuestra permanencia en este nuevo ser depende de que estemos en cierto modo injertados en Él, de que permanezcamos tenazmente adheridos al santo mandamiento nuevo que se nos ha dado, y nos toca a nosotros conservar con solicitud este título de nobleza, no permitiendo en absoluto que el Espíritu que habita en nosotros sea contristado en lo más mínimo, ya que por Él habita Dios en nosotros».

CATECISMO DE LA IGLESIA

“El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto”
787: Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida; les reveló el Misterio del Reino; les dio parte en su misión, en su alegría y en sus sufrimientos. Jesús habla de una comunión todavía más íntima entre Él y los que le sigan: «Permaneced en mí, como yo en vosotros… Yo soy la vid y vosotros los sarmientos» (Jn 15, 4-5). Anuncia una comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro: «Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él» (Jn 6, 56).

755: «La verdadera vid es Cristo, que da vida y fecundidad a los sarmientos, es decir, a nosotros, que permanecemos en Él por medio de la Iglesia y que sin Él no podemos hacer nada».

2074: «Jesús dice: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). El fruto evocado en estas palabras es la santidad de una vida fecundada por la unión con Cristo. Cuando creemos en Jesucristo, participamos en sus misterios y guardamos sus mandamientos, el Salvador mismo ama en nosotros a su Padre y a sus hermanos, nuestro Padre y nuestros hermanos. Su persona viene a ser, por obra del Espíritu, la norma viva e interior de nuestro obrar. “Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12)».

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Que este Reino encuentre plena acogida en esta tierra, para que todos los pueblos de Papúa Nueva Guinea, con la variedad de sus tradiciones, convivan en armonía y den al mundo un signo de fraternidad.

Un pueblo que reza tiene futuro, sacando fuerza y esperanza de lo alto.