La memoria litúrgica del martirio de San Juan Bautista completa la solemnidad de su natividad, que se celebra el 24 de junio. Juan es primo de Jesús, concebido tardíamente por Isabel de su esposo Zacarías; ambos eran descendientes de familias sacerdotales. Su nacimiento se sitúa unos seis meses antes del de Cristo, según el episodio evangélico de la Visitación de María a Isabel. La fecha de su muerte se coloca entre el 31 y el 32 d.C. La memoria de hoy tiene orígenes antiguos: se remonta a la dedicación de una cripta en Sebaste (Samaría), donde ya a mediados del siglo IV se veneraba la cabeza del Bautista; en el s. XII, el papa Inocencio II hizo trasladar la reliquia a la iglesia de San Silvestre in Capite de Roma. La celebración del martirio de San Juan ya estaba presente en Francia en el s. V, y en Roma en el siglo siguiente.
Del Evangelio según san Marcos
«En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre. Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron». (Mc 6, 27-29)
Las razones del martirio de Juan el Bautista
Herodes hizo arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano, con la que se había casado. “Porque Juan decía a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano». Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía” (Mc 6, 18-19). El Bautista es detenido por denunciar este matrimonio ilegal.
Con motivo del cumpleaños de Herodes y durante la fiesta, la hija de Herodías, Salomé, salió a bailar en honor del rey; agradó tanto a Herodes y a sus convidados que el monarca juró darle cualquier cosa que le pidiese, incluso la mitad de su reino. Y ella, tras consultar con su madre, le pidió la cabeza de Juan. Herodes se entristeció, pero a causa de su juramento no pudo negarse.
El comentario del Papa Francisco
En su homilía de la Misa celebrada en la Casa de Santa Marta el 8 de febrero de 2019, el Papa Francisco explica la actitud de los principales personajes de este drama: el rey Herodes, «corrupto e indeciso»; Herodías, la esposa del hermano del rey, que «sólo sabía odiar»; Salomé, «la vana bailarina»; y Juan, “el profeta solo en su celda».
El rey
El rey «creía que Juan era un profeta», «lo escuchaba de buen grado», en un momento dado «lo protegió», pero al final lo metió en la cárcel. Estaba indeciso, porque Juan «le reprochaba su pecado», el adulterio. En el profeta, Herodes «escuchaba la voz de Dios que le decía: ‘Cambia de vida’, pero no conseguía hacerlo: el rey era corrupto, y es muy difícil salir de la corrupción «. Era un hombre corrupto que «trataba de hacer equilibrios diplomáticos» entre su propia vida -no sólo adúltera, sino también “llena de muchas injusticias que llevó a cabo»- y la conciencia de «la santidad del profeta que tenía delante». Y no consiguió resolver este conflicto.
Herodías
De Herodías, la esposa del hermano del rey, el Evangelio sólo dice que odiaba a Juan porque hablaba con claridad. «Y sabemos que el odio es capaz de todo -comenta el Papa Francisco-, es una gran fuerza. El odio es el aliento de Satanás: pensemos que no sabe amar, que no puede amar. Su ‘amor’ es el odio. Y esta mujer tenía el espíritu satánico del odio» que destruye.
Salomé
El tercer personaje es la hija de Herodías, Salomé, buena bailarina, «que agradó mucho a los comensales y al rey». Herodes, en su entusiasmo, le prometió: «Te lo daré todo». El Papa Francisco explica que el rey “utiliza las mismas palabras que usó Satanás para tentar a Jesús: ‘Si me adoras te daré todo, todo el reino’. Y ni siquiera sabe que usa las mismas palabras. Porque “detrás de estos personajes está Satanás, sembrador de odio en la mujer, sembrador de vanidad en la hija, sembrador de corrupción en el rey”.
Juan el Bautista, el Santo
En este contexto, el «hombre más grande nacido de mujer» acabó solo en una oscura celda a causa “del capricho de una bailarina vanidosa, el odio de una mujer diabólica y la corrupción de un rey indeciso”. El Bautista muere como un mártir. No es un mártir de la fe -porque no se le pide que reniegue de ella- sino un mártir de la verdad. Es un hombre «justo y santo» condenado a muerte por su libertad de palabra y por ser fiel a su mandato.
San Juan dejó que su vida fuera disminuyendo para dejar espacio al Mesías. El más grande terminó así. Pero Juan sabía que debía empequeñecerse: «Es necesario que Él crezca y que yo disminuya», dijo (Jn 3, 30). Juan mostró a Jesús a los primeros discípulos, señalándolo como la Luz del mundo, y luego se desvaneció lentamente en la oscuridad de una celda en la prisión. Donó su vida disminuyendo hasta la muerte.
La vida sólo tiene valor al donarla en el amor, en la verdad, al donarla a los demás en lo cotidiano, en la familia. Hay que donarla siempre. Si alguien toma su vida para sí, para conservarla como el rey en su corrupción, la reina en su odio o la joven en su vanidad, la vida muere, se marchita, no sirve.