El Espíritu Santo en la Iglesia

La Iglesia a lo largo de los tiempos y Pentecostés.

San Gregorio Magno: «Todo creyente recibe el oficio de pregonero, para anunciar la Buena Nueva. Pero, si no predica, ¿no será semejante a un pregonero mudo? Por esta razón el Espíritu Santo quiso asentarse, ya desde el principio, en forma de lenguas sobre los pastores; así daba a entender que de inmediato hacía predicadores de sí mismo a aquellos sobre los cuales había descendido».

Clemente Romano: «Ahora bien, (los Apóstoles) habiendo recibido el mandato y plenamente ciertos por la resurrección del Señor nuestro Jesucristo y reafirmados en la Palabra de Dios, salieron llenos de la certeza del Espíritu Santo a dar la buena nueva de que el Reino de Dios estaba por llegar. Y así, pregonando el mensaje en comarcas y ciudades, establecieron a los que eran primicias entre ellos, probándolos en el espíritu, como obispos y diáconos de los que habrían de creer».

San Cirilo de Alejandría: «Habían sido ya cumplidos los designios de Dios sobre la tierra; pero era del todo necesario que fuéramos hechos partícipes de la naturaleza divina de aquel que es la Palabra, esto es, que nuestra vida anterior fuera transformada en otra diversa, empezando así para nosotros un nuevo modo de vida según Dios, lo cual no podía realizarse más que por la comunicación del Espíritu Santo. Y el tiempo más indicado para que el Espíritu fuera enviado sobre nosotros era el de la partida de Cristo nuestro Salvador. En efecto, mientras Cristo convivió visiblemente con los suyos, éstos experimentaban —según es mi opinión— su protección continua; mas, cuando llegó el tiempo en que tenía que subir al Padre celestial, entonces fue necesario que siguiera presente, en medio de sus adeptos, por el Espíritu, y que este Espíritu habitara en nuestros corazones, para que nosotros, teniéndolo en nuestro interior, exclamáramos confiadamente: “Padre”, y nos sintiéramos con fuerza para la práctica de las virtudes y, además, poderosos e invencibles frente a las acometidas del demonio y las persecuciones de los hombres, por la posesión del Espíritu, que todo lo puede».

CATECISMO DE LA IGLESIA

Los Apóstoles perseveraban en la oración junto con Santa María
965: Después de la Ascensión de su Hijo, María «estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones». Reunida con los Apóstoles y algunas mujeres, María pedía con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su sombra».

2617: La oración de María se nos revela en la aurora de la plenitud de los tiempos. Antes de la encarnación del Hijo de Dios y antes de la efusión del Espíritu Santo, su oración coopera de manera única con el designio amoroso del Padre: en la anunciación, para la concepción de Cristo; en Pentecostés para la formación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo.

726: Al término de esta Misión del Espíritu, María se convierte en la «Mujer», nueva Eva «madre de los vivientes», Madre del «Cristo total». Así es como ella está presente con los Doce, que «perseveraban en la oración, con un mismo espíritu» (Hch 1,14), en el amanecer de los «últimos tiempos» que el Espíritu va a inaugurar en la mañana de Pentecostés con la manifestación de la Iglesia.

El día de Pentecostés
731: El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor, derrama profusamente el Espíritu.

767: «Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés para que santificara continuamente a la Iglesia» (LG 4). Es entonces cuando «la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; se inició la difusión del Evangelio entre los pueblos mediante la predicación» (AG 4). Como ella es «convocatoria» de salvación para todos los hombres, la Iglesia es, por su misma naturaleza, misionera enviada por Cristo a todas las naciones para hacer de ellas discípulos suyos (ver Mt 28,19-20; AG 2,5-6).

2625: El día de Pentecostés, el Espíritu de la promesa se derramó sobre los discípulos, «reunidos en un mismo lugar» (Hech 2,1), que lo esperaban «perseverando en la oración con un mismo espíritu» (Hech 1,14). El Espíritu que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo (ver Lc 24,27.44), será también quien la instruya en la vida de oración.

El Espíritu Santo bajó en forma de lenguas de fuego
696: El fuego. […] el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que «surgió como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha» (Si 48,1), con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo, figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista, «que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías» (Lc 1,17), anuncia a Cristo como el que «bautizará en el Espíritu Santo y el fuego» (Lc 3,16), Espíritu del cual Jesús dirá: «He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!» (Lc 12,49). En forma de lenguas «como de fuego» se posó el Espíritu Santo sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de él (Hech 2,3-4). La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo. «No extingáis el Espíritu» (1Tes 5,19).

El Espíritu Santo comunicado a toda la Iglesia
1286: En el Antiguo Testamento, los profetas anunciaron que el Espíritu del Señor reposaría sobre el Mesías esperado para realizar su misión salvífica. El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en su Bautismo por Juan fue el signo de que Él era el que debía venir, el Mesías, el Hijo de Dios. Habiendo sido concebido por obra del Espíritu Santo, toda su vida y toda su misión se realizan en una comunión total con el Espíritu Santo que el Padre le da «sin medida» (Jn 3,34).

1287: Ahora bien, esta plenitud del Espíritu no debía permanecer únicamente en el Mesías, sino que debía ser comunicada a todo el pueblo mesiánico. En repetidas ocasiones Cristo prometió esta efusión del Espíritu, promesa que realizó primero el día de Pascua (Jn 20,22) y luego, de manera mas manifiesta el día de Pentecostés. Llenos del Espíritu Santo, los Apóstoles comienzan a proclamar «las maravillas de Dios» (Hech 2,11) y Pedro declara que esta efusión del Espíritu es el signo de los tiempos mesiánicos. Los que creyeron en la predicación apostólica y se hicieron bautizar, recibieron a su vez el don del Espíritu Santo.

1288: «Desde aquel tiempo, los Apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, comunicaban a los neófitos, mediante la imposición de las manos, el don del Espíritu Santo, destinado a completar la gracia del Bautismo. Esto explica por qué en la carta a los Hebreos se recuerda, entre los primeros elementos de la formación cristiana, la doctrina del Bautismo y de la imposición de las manos (Heb 6,2). Es esta imposición de las manos la que ha sido con toda razón considerada por la tradición católica como el primitivo origen del sacramento de la Confirmación, el cual perpetúa, en cierto modo, en la Iglesia, la gracia de Pentecostés» (S.S. Pablo VI)

«El tarro de harina no se agotará ni el frasco de aceite se vaciará, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la superficie del suelo» (Rey.17,14)

Lecturas del Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (Ciclo 'B', 2024) –  Comunidad Católica Latina en Bangkok

LA HOMILÍA EN LA PARROQUIA

Diego – 17/11/2024

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MENSAJES DIARIOS DEL PAPA

He recibido una carta de un joven de Ucrania que escribe: “Padre, cuando recuerde nuestros mil días de sufrimiento, recuerde también los mil días de amor, porque solo el amor, la fe y la esperanza dan un verdadero sentido a las heridas”.

Cuando los niños son acogidos, amados, custodiados, tutelados, la familia está sana, la sociedad mejora, el mundo es más humano.

San Agustín decía: «Si amas la unidad, todo lo que en ella es poseído por alguien, ¡lo posees tú también!».