El envío de los discípulos a anunciar el Evangelio

Padres de la Iglesia y el nuevo catecismo nos ayudan a reflexionar sobre el envío de los discípulos a anunciar el evangelio.

San Beda: «Benigno y clemente, nuestro Señor y Maestro no escatima su poder a sus siervos y discípulos, puesto que así como Él curaba todo desfallecimiento y toda enfermedad, dio también a sus apóstoles poder para curarlos. Pero hay gran distancia entre dar y recibir. El Señor obra con su propio poder en todo lo que hace, en tanto que sus discípulos, si hacen algo, es confesando su debilidad y el poder del Señor, diciendo: “En nombre de Jesús, levántate y anda” (Hech 3, 6)».

San Gregorio: «También vosotros, si lo queréis, podéis merecer este bello nombre de mensajero de Dios. En efecto, si cada uno de vosotros, según sus posibilidades y en la medida en que ha recibido del Cielo la inspiración, saca a su prójimo del mal, cuida de conducirlo al bien, si recuerda al extraviado el Reino o el castigo que le esperan en la eternidad, evidentemente que es un mensajero de las palabras santas de Jesús. Y que nadie venga diciendo: Soy incapaz de instruir a los otros, de exhortarles. Por lo menos debéis hacer lo que podáis, a fin de que un día no se os pida cuenta del talento recibido y mal guardado. (…) Haced que los otros os acompañen; que sean vuestros compañeros en el camino que conduce a Dios. Cuando, yendo por la plaza (…) encontréis a uno desocupado, invitadle a acompañaros. Porque vuestras mismas acciones cotidianas sirven para uniros a los otros. ¿Vais a Dios? Procurad no llegar solos. Que aquel que en su corazón ha escuchado ya la llamada divina saque de ella una palabra de aliento para su prójimo».

San Juan Crisóstomo: «No vale decir: “No puedo inducir a los demás”; si eres cristiano de verdad, esto es inadmisible, ya que es algo que radica en la misma naturaleza del ser cristiano, y las propiedades naturales no pueden negarse. No hagas injuria a Dios. Si dijeras que el sol no puede alumbrar, harías injuria al sol. Si dijeras que el cristiano no puede ser de provecho para los demás, haces injuria a Dios, porque lo tildas de mentiroso. Es más fácil que el sol no caliente y no alumbre, que no que deje de dar luz un cristiano; más fácil que esto sería que la luz fuese tinieblas. No digas que es cosa imposible: lo contrario es imposible. No hagas injuria a Dios. Si ponemos en orden nuestra propia conducta, todo lo demás que hemos dicho se seguirá por consecuencia natural. La luz del cristiano no puede quedar escondida; una lámpara tan resplandeciente no puede ocultarse».

CATECISMO DE LA IGLESIA

La misión de los apóstoles
858: Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, «llamó a los que Él quiso, y vinieron donde Él. Instituyó Doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar» (Mc 3, 13-14). Desde entonces, serán sus «enviados» [es lo que significa la palabra griega «apostoloi»]. En ellos continúa su propia misión: «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20, 21). Por tanto su ministerio es la continuación de la misión de Cristo: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe», dice a los Doce (Mt 10, 40).

859: Jesús los asocia a su misión recibida del Padre: como «el Hijo no puede hacer nada por su cuenta» (Jn 5, 19.30), sino que todo lo recibe del Padre que le ha enviado, así, aquellos a quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin Él de quien reciben el encargo de la misión y el poder para cumplirla. Los apóstoles de Cristo saben por tanto que están calificados por Dios como «ministros de una nueva alianza» (2 Cor 3, 6), «ministros de Dios» (2 Cor 6, 4), «embajadores de Cristo» (2Cor 5, 20), «servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1 Cor 4, 1).

Ministros elegidos por Cristo para actuar en su nombre
875: «¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído?, ¿cómo oirán sin que se les predique?, y ¿cómo predicarán si no son enviados?» (Rom 10, 14-15). Nadie, ningún individuo ni ninguna comunidad, puede anunciarse a sí mismo el Evangelio. «La fe viene de la predicación» (Rom 10, 17). Nadie se puede dar a sí mismo el mandato ni la misión de anunciar el Evangelio. El enviado del Señor habla y obra no con autoridad propia, sino en virtud de la autoridad de Cristo; no como miembro de la comunidad, sino hablando a ella en nombre de Cristo. Nadie puede conferirse a sí mismo la gracia, ella debe ser dada y ofrecida. Eso supone ministros de la gracia, autorizados y habilitados por parte de Cristo. De Él reciben la misión y la facultad [el «poder sagrado»] de actuar «in persona Christi Capitis». Este ministerio, en el cual los enviados de Cristo hacen y dan, por don de Dios, lo que ellos, por sí mismos, no pueden hacer ni dar, la tradición de la Iglesia lo llama «sacramento». El ministerio de la Iglesia se confiere por medio de un sacramento específico.

Quien conoce y ama a Cristo, anuncia a Cristo
429: De este conocimiento amoroso de Cristo es de donde brota el deseo de anunciarlo, de «evangelizar», y de llevar a otros al «sí» de la fe en Jesucristo. Y al mismo tiempo se hace sentir la necesidad de conocer siempre mejor esta fe.

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