“Amaba la espontaneidad, huía del artificio, escogió los medios más divertidos para educar a las virtudes cristianas y al mismo tiempo proponía una disciplina saludable que implica el ejercicio de la voluntad para aceptar a Cristo en la realidad de la propia vida. Estaba profundamente convencido de que el camino de la santidad se asienta en la gracia de un encuentro -el encuentro con el Señor- accesible a cualquier persona, de cualquier estado o condición, que lo acoja con la maravilla de los niños”.