Padres de la Iglesia y el nuevo catecismo nos ayudan a comprender los dichos de Jesús de este domingo.
«Era muy cierto que había de ser destruido el templo construido por los hombres; porque nada hay de lo hecho por los hombres que no sea destruido por la vejez, o derribado por la fuerza, o consumido por el fuego. Sin embargo, hay otro templo, a saber, la sinagoga, cuya obra antigua se destruyó al levantarse la Iglesia. También hay un templo en cada uno de nosotros, que se destruye cuando falta la fe y principalmente cuando alguno invoca en falso el nombre de Jesucristo, lo que violenta su conciencia». San Ambrosio
«El Señor dice los males que habrán de ocurrir antes del fin del mundo para que, anunciados así, se inquieten menos los hombres en lo futuro. Hieren menos las flechas que se previenen… Las guerras son propias de los enemigos, y las sediciones de los ciudadanos, para que sepamos, pues, que seremos turbados exterior e interiormente, dice que tendremos que sufrir de nuestros enemigos y de nuestros hermanos». San Gregorio
Éste es el precepto de nuestro Señor y Maestro: El que persevere hasta el fin se salvará… Es necesario, hermanos muy queridos, tener paciencia y perseverar, para que, después de haber sido admitidos a la esperanza de la verdad y de la libertad, podamos alcanzar esa misma verdad y libertad; porque el hecho de ser cristianos nos exige la fe y la esperanza; pero, para que esta fe y esta esperanza puedan obtener su fruto, nos es necesaria la paciencia. Pues nosotros no buscamos la gloria presente, sino la futura… La esperanza y la paciencia son necesarias para llevar a buen término lo que hemos empezado, y para alcanzar lo que esperamos y creemos apoyados en la promesa divina». San Cipriano
CATECISMO DE LA IGLESIA
Jesús y el templo
583: Como los profetas anteriores a Él, Jesús profesó el más profundo respeto al Templo de Jerusalén. Fue presentado en él por José y María cuarenta días después de su nacimiento. A la edad de doce años, decidió quedarse en el Templo para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre. Durante su vida oculta, subió allí todos los años al menos con ocasión de la Pascua; su ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con motivo de las grandes fiestas judías.
584: Jesús subió al Templo como al lugar privilegiado para el encuentro con Dios. El Templo era para Él la casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna porque el atrio exterior se haya convertido en un mercado. Si expulsa a los mercaderes del Templo es por celo hacia las cosas de su Padre: «No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: “El celo por tu Casa me devorará”» (Jn2,16-17). Después de su Resurrección, los Apóstoles mantuvieron un respeto religioso hacia el Templo.
585: Jesús anunció, no obstante, en el umbral de su Pasión, la ruina de ese espléndido edificio del cual no quedará piedra sobre piedra. Hay aquí un anuncio de una señal de los últimos tiempos que se van a abrir con su propia Pascua. Pero esta profecía pudo ser deformada por falsos testigos en su interrogatorio en casa del sumo sacerdote y serle reprochada como injuriosa cuando estaba clavado en la cruz.