El Santo Rosario tiene su origen en 1212, cuando Santo Domingo de Guzmán, durante su estancia en Tolosa, tuvo una aparición de la Virgen María, que le entregó el Rosario como respuesta a una plegaria en la que le pedía ayuda para combatir la herejía albigense. La victoria conseguida llevó a ver en el rezo del rosario el «escudo» para vencer la herejía, así como un medio para encontrar refugio y consuelo, fuerza y confianza a la hora de afrontar y superar las dificultades de la vida.
La «entrega» de la corona por parte de la Virgen María y la sencillez de esta oración contribuyeron a su difusión entre el pueblo. A la luz de esta experiencia, se entiende lo que sucedió en 1571. Los musulmanes estaban presionando en las fronteras de Europa. Para frenar su avance, se formó la Liga Santa. Pío V, dominico y muy devoto de la Virgen, bendijo el estandarte, que representaba el Crucifijo entre los Apóstoles Pedro y Pablo, coronado por el lema constantiniano “In hoc signo Vinces”. Este símbolo, junto con la imagen de la Virgen María y la inscripción “S. Maria succurre miseris”, fue el único que ondeó en toda la alineación de la Santa Liga para la batalla. Al mismo tiempo, el Papa pidió a todo el pueblo cristiano que se uniera a la batalla rezando el santo rosario. Era el 7 de octubre de 1571. La batalla de Lepanto constituyó un gran triunfo para la cristiandad. Fue evidente para todos que la victoria se logró gracias a la intervención divina.
En 1572, Pío V instituyó la fiesta de Santa María de la Victoria, que fue transformada por su sucesor, Gregorio XIII, en «Nuestra Señora del Rosario». Siguieron otras victorias, como la de 1683 en Viena, donde -de nuevo por intervención divina y por mediación de la Virgen María- se detuvo el avance musulmán. En 1687, el pueblo de Venecia rogó a la Virgen María que acabara con la peste; superada la epidemia, se construyó la basílica de Nuestra Señora de la Salud, cuya fiesta se celebra el 21 de noviembre.
En el rosario, los creyentes ven hoy un instrumento que nos fue dado por la Virgen para contemplar a Jesús y, meditando sobre su vida, amarlo y seguirlo. Es interesante constatar que, en varias apariciones -como en Lourdes y Fátima-, la Virgen María nos confía el rosario recomendando insistentemente que lo recemos a diario para superar las divisiones, las discordias y los males en nuestros corazones, en las relaciones familiares y entre los pueblos. Actualmente, el santuario más famoso del mundo dedicado a la Virgen del Rosario es el de Pompeya (fiesta del 8 de mayo), fundado por el beato Bartolo Longo a mediados del siglo XIX.