
Gracias por los nombres de mi vida,
los nombres de quienes me han querido
y a quienes yo he amado.
Los nombres de quienes me han hecho sonreir
y aquellos a quienes yo he llevado una sonrisa.
Gracias por los nombres de mi presente,
tan familiares que ni siquiera necesito pronunciar,
que me acompañan en la vida cotidiana,
en los momentos de rutina,
en las horas de trabajo
en los días de descanso,
que aguantan mis fatigas
y animan mis proyectos.
Gracias por los nombres más cercanos,
y los que solo son vagamente familiares
por todos aquellos con quienes alguna vez
puedo intercambiar saludos, conversaciones,
compartir algo…
Por esos rostros reales, conocidos, propios,
que me aportan vida, sentido, alegría…
Gracias también por los nombres difíciles.
Los de aquellos que complican mi vida;
por lo que puedo aprender a través de la dificultad;
por lo que puedo ganar en madurez;
por lo que las relaciones difíciles me enseñan sobre mí mismo.
Dame, Señor, gente cercana.
Dame gente, nombres, rostros…
que pueda llamar míos.