Homilía que Pedro Dufau no pudo compartir el 4/7/1976:
”Si leemos atentamente el Antiguo Testamento, veremos como los mensajeros que Dios envió a su pueblo, muy pocas veces fueron escuchados, otras veces fueron
expulsados o muertos, y el mensaje de Dios cambiado por cualquier teoría, que resultará más fácil y llevadera…
Otro motivo, por el cual nos resistimos a la Palabra de Dios, es que nos desagrada cambiar de vida. Cada uno tiene su temperamento, su forma de ser, determinados defectos —porque nadie es perfecto- y nos cuesta emprender la lucha diaria para corregirnos y cambiar. Y justamente aqui pone su dedo la Palabra de Dios que es, casi por definición, una palabra que urge a la conversión. Si el hombre no tuviera nada que cambiar, no harian falta los profetas. Pero, desde el momento en que el Profeta denuncia el pecado del hombre y de los pueblos, su tarea se torna difícil y antipática. Y un recurso siempre utilizado para no tener ni siquiera la oportunidad de escucharlos, es el de sacarlos del medio, encarcelándolos, matándolos.
A todos, a menudo, la Palabra de Dios nos resulta un poco antipática y contracorriente, porque es una Palabra dura, recta, intransigente. No cede ante el rico, no afloja ante el poderoso, no se atemoriza ante las dificultades. Pero hay aún otro motivo por el cual resistimos la Palabra de Dios: tenemos miedo a la inseguridad… Escuchar la palabra de Dios es como saltar sobre un precipicio y sentir, por un momento, la sensación de estar en el vacío. Y como el hombre ama la seguridad, se le hace difícil comenzar un camino hacia una etapa incierta…»