SANTA TERESA DE JESÚS, VIRGEN Y DOCTORA DE LA IGLESIA, CARMELITA

De las novelas a la dura realidad

Hija de segundas nupcias de un judío convertido, Santa Teresa de Ávila nace el 28 de marzo de 1515. La feliz infancia que transcurre con sus hermanos y primos la ve fascinada por los romances caballerescos. Tras la muerte en la batalla de su hermano mayor Juan, en 1524, y la pérdida de su madre Beatriz, la joven es enviada a estudiar en el convento de las agustinas, Santa María de Gracia, donde tiene una primera crisis existencial. Después de una enfermedad grave, regresa a su casa paterna, donde es testigo de la partida de su amado hermano Rodrigo hacia las colonias españolas del otro lado del océano. En 1536 es afectada por la así llamada “gran crisis” y madura la firme decisión de ingresar en el Monasterio de las Carmelitas de la Encarnación de Ávila. Pero el padre se opone y Teresa huye de casa. Recibida por las monjas, realiza la profesión el 3 de noviembre de 1537.

“Me sentí completamente conmovida”

Su salud pronto vuelve a comprometerse. A pesar del consiguiente retorno a la familia, su caso se juzga desesperado y Teresa regresa al convento donde las monjas comienzan a prepararle el funeral. Inexplicablemente, sin embargo, en unos pocos días la enferma retoma vida. Parcialmente liberada de los compromisos de la vida de clausura debido a la convalecencia, alegre de carácter, amante de la música, la poesía, la lectura y la escritura, teje una densa red de amistades polarizando a su alrededor a varias personas deseosas por conocerla. Aun así, pronto advierte estos encuentros como motivos para distraerse de la tarea principal de la oración y vive su “segunda conversión”: “Mis ojos se posaron en una imagen… Representaba a Nuestro Señor cubierto de llagas. Apenas la miré, me sentí completamente conmovida… Me arrojé a sus pies en lágrimas, y le supliqué que me diera fuerzas para no ofenderlo nunca más”.

Esculpida por Bernini

Las visiones y éxtasis representan el capítulo más misterioso e interesante de la vida de Santa Teresa de Ávila. En la Autobiografía (redactada por orden del obispo) y en otros textos y cartas, describe las diversas etapas de las manifestaciones divinas, visivas y auditivas. Se la ve levitando, cayendo en un desmayo y permaneciendo como muerta (como la esculpió Bernini alrededor de 1650, en la estatua de Santa María de la Victoria en Roma). A estas manifestaciones corresponde un gran crecimiento espiritual que Teresa, teniendo facilidad para la escritura y la poesía, verterá en sus textos místicos, entre los más claros, poderosos y poéticos jamás escritos. Siendo incomprendida su intensa espiritualidad, es considerada por algunos de sus confesores víctima de ilusiones demoníacas, y es apoyada por el jesuita Francisco de Borja y el fraile franciscano Pedro de Alcántara, quienes disiparán las dudas de sus acusadores.

El castillo interior

Teresa intuye que debe volver a fundar el Carmelo para remediar a una cierta desorganización interna. En 1566, el Superior general de la Orden le autoriza fundar diversos monasterios en Castilla, incluidos dos conventos de carmelitas descalzas. Así surgen los conventos en Medina, Malagón y Valladolid (1568); Toledo y Pastrana (1569); Salamanca (1570); Alba de Tormes (1571); Segovia, Beas y Sevilla (1574); Soria (1581); Burgos (1582)…
Decisivo, en 1567, el encuentro entre Teresa y un joven estudiante de Salamanca, recién ordenado sacerdote: con el nombre de Juan de la Cruz, el joven asumirá en calidad de descalzo y acompañará a la fundadora en sus viajes. Juntos superarán varios eventos dolorosos, incluidas divisiones dentro de la orden y hasta acusaciones de herejía.
Al final Teresa tendrá lo mejor con el nacimiento de la Orden reformada de los Carmelitas y las Carmelitas Descalzas.
La obra más famosa de Teresa es ciertamente El castillo interior, un itinerario del alma en busca de Dios a través de siete particulares pasajes de elevación, flanqueados por el Camino de la Perfección, y por las Fundaciones, así como por muchas máximas, poesías y oraciones.
Incansable a pesar de su mala salud, Santa Teresa de Ávila muere en Alba de Tormes en 1582, durante uno de sus viajes.

«Siempre y en todas mis oraciones pido con alegría por todos ustedes, pensando en la colaboración que prestaron a la difusión del Evangelio, desde el comienzo hasta ahora.» (Fil. 1,4)

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