SANTA MARÍA ELISABETH HESSELBLAD

Vida de María Elisabetta Hesselblad - Aldo María Valli | eBooks Católicos

Isabel nació en Faglavik, Suecia, en 1870, en una familia en la que la fe luterana es una realidad concreta, vivida diariamente. Desde la escuela primaria, una atenta observadora como ella, advierte que sus compañeros profesan las más diversas creencias cristianas y se da cuenta de que no es así como debería ser, por lo que también ella comienza a buscar la única Verdad.

«El único rebaño»

Como se desprende de sus escritos autobiográficos, a una edad temprana Isabel quedó impresionada por una frase leída en el Nuevo Testamento, que habla del Buen Pastor que conducirá todas sus ovejas hacia un solo rebaño.
Mientras contemplaba la ilimitada e imponente naturaleza de su país, comenzó a preguntarse cual sería ese único rebaño, pero en lugar de desanimarse por sus preguntas sin respuesta, recibió la gracia de gran consolación y fuerza de Dios. También oyó una voz que le hizo una promesa: «un día descubrirás lo que es este único rebaño». Sintiendo al Señor tan cerca, Isabel recuperó y mantuvo su paz.

En Nueva York como enfermera

A la edad de 18 años Isabel decidió emigrar a Nueva York para ayudar a su familia económicamente. Empezó a trabajar como enfermera en el Hospital Roosevelt y su contacto diario con el sufrimiento y la enfermedad la conmovió profundamente. Un episodio relatado en una de sus biografías se remonta a este período, ilustra cuanto la futura Santa fue tocada por la gracia. Una noche, debido a un descuido, se quedó encerrada en la morgue del hospital, allí se decidió pasar el tiempo rezando junto a cada uno de los cadáveres. Arrodillada junto al cadáver de un hombre, sin embargo, escuchó como un débil respiro. En su historial se leía que había muerto de un ataque al corazón, pero Isabel percibe su aliento, cada vez más fuerte y claro. Como buena enfermera, sabe que ese cuerpo entre la vida y la muerte necesita calor para volver a la vida, así que le pone su ropa. Al día siguiente la encontrarán rezando junto a un joven que ha devuelto a la vida.

Su regreso a Europa como católica

En los Estados Unidos, Isabel tuvo al jesuita Johann Hagen como su padre espiritual: fue gracias a él que finalmente abrazó la fe católica y fue bautizada en la Fiesta de la Asunción en 1902. Regresó entonces a Europa como católica. Permaneció primero con su familia en Suecia, luego fue a Roma, a la casa que había sido de Santa Brígida y que estaba ocupada por las Carmelitas. Allí, con un permiso especial del Papa Pío X, vistió el hábito de las brigidinas y profundizó en la espiritualidad de este Instituto originario de su tierra natal. Ella entiende que su vocación es la refundación de la Orden en respuesta a las exigencias de los tiempos, pero también a la exigencia de fidelidad a su naturaleza contemplativa y a la tradición de la celebración solemne de la liturgia. Estamos en 1911.

La refundación de la Orden Brigidina

Desde entonces, Isabel, que añadió el nombre de Nuestra Señora a su nombre, trabajó para refundar la Orden de Santa Brígida en Suecia; lo logró en 1923 en Djursholm, y finalmente en Vadstena en 1935. Su vida es una vida de caridad activa hacia todos, especialmente hacia los más necesitados y débiles: durante la Segunda Guerra Mundial, junto con sus hermanas, dio refugio a muchos judíos perseguidos, transformando su casa en un lugar de distribución de comida y ropa para los que más desharrapados. Cansada en su cuerpo, pero no en el alma, María Isabel murió en Roma en 1957. Allí fue beatificada durante el Gran Jubileo del Año 2000 y canonizada por el Papa Francisco en 2016.

La siguiente hermosa oración escrita de su puño y letra, María Isabel se la dio a su abuela antes de regresar a los Estados Unidos en 1903:

«Te adoro, Gran maravilla del cielo,
Tú que me das alimento espiritual
con veste terrenal!
Tú que me consuelas en mis noches oscuras.
Cuando todas las demás esperanzas
para mí sean extintas,
¡Al Corazón de Jesús estaré atada
junto a la balaustrada del altar,
eternamente enamorada!»

«Siempre y en todas mis oraciones pido con alegría por todos ustedes, pensando en la colaboración que prestaron a la difusión del Evangelio, desde el comienzo hasta ahora.» (Fil. 1,4)

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