SANTA JUANA THOURET, FUNDADORA DE LAS HERMANAS DE LA CARIDAD

«Soy una hija de la Iglesia, y conmigo, séanlo también ustedes.»

Juana nació en una pobre familia de campesinos en el pueblo francés de Sancey-le-Long. Habiendo quedado huérfana de madre a sólo 16 años, se tuvo que hacer cargo de los cuidados domésticos y del trabajo en los campos. Su única consolación ante este inmenso esfuerzo y dolor fue la Virgen María. Juana era particularmente devota de Nuestra Señora, que se convirtió para ella en una verdadera y propia madre celeste cuando la madre terrenal la dejó sola. En esta dura situación, se despertó en ella la llamada a una consagración a Dios en la vida religiosa, pero para responder a esta vocación, tuvo que superar la fuerte oposición de su padre.

La Revolución Francesa y la supresión de los Institutos religiosos

A la edad de 22 años Juana logró entrar en el Instituto de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl en París, (Vicentinas), pero luego estalló la Revolución Francesa y todas las órdenes religiosas fueron suprimidas. Después acompañó al Abad Receveur en su exilio en Friburgo, Alemania, y con él se dedicó al cuidado de los enfermos y a la recuperación de las jóvenes. Luego viajó a Suiza y finalmente logró volver a Francia, a Besançon, donde abrió una escuela para niñas pobres en 1797, sin renunciar al cuidado de los enfermos. Otras jóvenes se unieron a ella: este sería el primer núcleo de la nueva Congregación: las Hijas de la Caridad, que en 1819 obtuvieron la aprobación de Pío VII que les concedió la exención de la jurisdicción del obispado local.

La disputa de la «Hija de san Pedro» con el abusivo arzobispo de Besançon

Esa concesión del Papa será el comienzo de un verdadero calvario para Juana. El obispo de Besançon, a pesar del reconocimiento pontificio, en modo muy autoritario negó a la congregación el permiso de extenderse y le impuso que siguiera siendo un Instituto reconocido solo en el ámbito diocesano. Incluso cuando Juana fue a Roma para exponer al Papa tal abuso de autoridad, las cosas no mejoraron, sino que todo empeoró: Juana fue destituida y en su lugar fue eligida una nueva superiora que ocupó su lugar en Besançon. Incluso, tal nueva superiora fue obligada a no recibir en casa a Juana a su regreso de Roma. Con el corazón roto por tan dolorosa e insanable división del Instituto, Juana decidió retirarse, pero se puso en las manos de la providencia que la condujo a Nápoles donde pudo dirigir un gran hospital con algunas hermanas que permanecieron fieles. Les confió su programa: la gloria de Dios y la santificación de los miembros de la Congregación mediante obras de misericordia y fidelidad heroica a la Sede Apostólica, tanto que se ganó el apodo de «Hija de Pedro» o «Filia Petri». Juana murió en 1826 sin haber visto la reunificación de las dos ramas del instituto que había fundado; reconciliación que sólo se produciría en 1954, más de un siglo después. Fue beatificada el 23 de mayo 1926 y luego canonizada por Pío XI en 1934.

«El tarro de harina no se agotará ni el frasco de aceite se vaciará, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la superficie del suelo» (Rey.17,14)

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