Virgilio, nacido en Irlanda en el 700 aproximadamente, fue nombrado obispo gracias a la influencia del rey de los Francos Pipino el Breve. Su tarea fue doble: religiosa y política. Por un lado se dedicó a evangelizar y por otro lado intentó pacificar el recién conquistado Ducado de Baviera. En su tierra natal, Virgilio había adquirido experiencia como monje hasta alcanzar el cargo de abad en un importante monasterio. Pasó la mayor parte de su vida episcopal en Carincia, en Salzburgo. Murió en Salisburgo, el 27 de noviembre de 784.
Su forzada obediencia al Papa Zacarías
Aunque era un hombre de gran cultura teológica y científica, su elección como obispo había sido influenciada sobre todo por razones políticas de parte del rey de los Francos y por ello, su nombramiento unilateral no encontró el consentimiento de san Bonifacio, que era el legado papal en Alemania, pues el rey además había nombrado obispo Virgilio sin haber consultado previamente al representante de la Santa Sede. Éste no fue el único motivo de fricción entre Bonifacio y Virgilio: también estaban divididos por diferentes interpretaciones respecto de nuevas teorías científicas en el campo de la cosmología. Por ejemplo, Virgilio afirmaba la existencia de otras regiones en el hemisferio sur, desde el ecuador hasta la Antártida, pero tales teorías no era posible fundarlas en los textos de las Sagradas Escrituras y, como las implicaciones de los aspectos doctrinales y religiosos de tales hipótesis ponían en crisis la interpretación literal que se hacía en ese entonces de los textos sagrados, interpretaciones que suponían que los hijos de Adán fueran sólo los que se describían en los libros sagrados, el papa Zacarías le ordenó severamente que dejara de lado tales teorías bajo pena de serios castigos canónicos. Virgilio forzosamente tuvo que obedecer al papa, sumisamente abandonó las disputas teológicas y se dedicó con celo a la organización de su diócesis. Fue incansable en la educación religiosa del pueblo y en la asistencia a los pobres. En 774 inauguró la primera catedral de la ciudad y la dedicó a su primer obispo, san Ruperto, trasladando allí sus reliquias en un altar de honor. Además, supervisó la fundación de numerosas abadías (la de San Cándido, por ejemplo) extendiendo su actividad misionera a Estiria y Panonia. Murió en 784, pero sólo en 1233 se reconoció oficialmente su santidad.