«Y luego que estábamos un poco más lejos,
oí gritar: «María, ora por nosotros.
Oí gritar ‘Miguel’ y ‘Pedro’, y ‘todos los santos’.»
(Purgatorio XIII, 49-51).
Estos son algunos versos del Canto XIII del Purgatorio de Dante. El Poeta deambula muy conmovido entre las almas de los envidiosos, mientras que la atmósfera del círculo en el que se desarrolla la escena es atravesada por voces misteriosas que recuerdan ejemplos de caridad. Incluso desde las atormentadas sombras, apiladas contra la roca que sufren con los párpados cosidos, se levantan las letanías. Imploran la intercesión de la Virgen e inmediatamente después de ella, y antes de Pedro y todos los Santos, invocan el nombre de «Miguel». Cuando Dante citaba al Arcángel en el verso 51, en el canto anterior el autor de la Divina Comedia acababa de ver caer «del cielo como un rayo» al otro ángel, definido como «noble creado más que otra creatura».
La espada de la Palabra de Dios contra el mal
Miguel y Lucifer. También en la Divina Comedia hay un espacio para describir el duelo mortal entre aquel que la biblia llama «comandante supremo del ejército celestial» y el jefe de los ángeles rebeldes que decidieron prescindir de Dios y fueron alejados de su presencia para siempre. Según la tradición, el Arcángel Miguel es el Príncipe que lucha contra el mal, de cuyos asaltos defiende perpetuamente la fe y la Iglesia. (Cf Apocalipsis 12,7-8). Incluso Dante, en 1200, muestra cómo se reconoce el poder de intercesión atribuido a esta entidad espiritual, muy venerada tanto en Oriente como en Occidente.
«¿Quién es como Dios?»
En el mundo no solo hay catedrales, santuarios, monasterios, capillas – sino también hay muchas montañas, cuevas, colinas – dedicadas al Arcángel Miguel, cuyo nombre, mencionado cinco veces en la Sagrada Escritura, deriva de la expresión «Mi-ka-El», es decir, «¿quién es como Dios?». (Cf Daniel 10,13). Debido a su secular popularidad después de haber vencido la peste de la Ciudad de Roma, la estatua del Ángel guerrero que envaina su espada sobre el Castillo del Sant’Angelo, ha sido también el centro de otras numerosas historias y anécdotas. Una de ellas data del 13 de octubre de 1884.
La súplica de León XIII
El 13 de octubre de 1884, habiendo terminado de celebrar la misa en la capilla del Vaticano, León XIII se detuvo unos diez minutos. Su rostro, según los testigos, revelaba tanto terror como asombro. Entonces el Papa Pecci se recluyó apresuradamente a su estudio, se sentó a la mesa y escribió una oración al Arcángel Miguel. Media hora más tarde llamó al secretario y le dio el papel con la orden de imprimirlo y enviarlo a todos los obispos del mundo para recitar la oración al final de la misa. León XIII dirá que en esos pocos minutos tuvo una escalofriante visión de «legiones de demonios» atacando a la Iglesia casi hasta el punto de destruirla y que fue testigo de la intervención defensiva y decisiva del Arcángel Miguel. «Entonces -dijo- vi al Arcángel san Miguel intervenir no en ese momento, sino mucho más tarde, cuando la gente había multiplicado sus fervientes oraciones hacia el Arcángel». La oración cayó en desuso con el tiempo, pero fue recordada por san Juan Pablo II durante la oración del «Regina Caeli» del 24 de abril de 1994: «Invito a todos a no olvidarla – dijo el Papa Wojtyla – sino a recitarla para obtener ayuda en la batalla contra las fuerzas de las tinieblas y contra el espíritu de este mundo».