SAN JUAN LEONARDI

Juan nació en Diecimo, en la provincia de Lucca, Italia, en una familia de modestos propietarios de tierras. Su vida parecía estar orientada hacia la profesión de boticario -como se llamaba el farmacéutico en ese tiempo- pero cuando estalló una grave crisis en la ciudad, junto con el grupo que frecuentaba, llamado los «Colombini», laicos comprometidos a vivir como auténticos cristianos, sintió la necesidad de acercarse más al dolor de los pobres y trabajar muy duro para ayudarlos. De ese contacto con el sufrimiento y las injusticias padecidas por los abandonados, maduró entonces en él su deseo de consagrarse a su servicio pastoral como sacerdote. Fue ordenado en 1571.

El apóstol de la reforma

En su gran corazón de pastor, Juan comprendió inmediatamente que la prioridad era la educación de los niños en la fe, por lo que inventó y experimentó un método muy innovador de la enseñanza del catecismo, método tan bien recibido y tan eficaz que el obispo de Lucca decidió apdoptarlo en todas las iglesias de la ciudad. Los adultos también acudían a sus lecciones, y se quedaban encantados por su novedosa forma de transmitir la Palabra. Sus iniciativas se multiplicaron tanto que Juan vio la necesidad de ser ayudado por los laicos: así nació la Compañía de la Doctrina Cristiana, dirigida por laicos, que en 1574 se convertiría en una familia religiosa: la Hermandad de Sacerdotes Reformados, que tomaría luego su actual nombre de Clérigos Regulares de la Madre de Dios. Juan era muy creativo y un gran reformador que se hallaba inmerso en aquella fuerte reacción de renovación que recorría la Iglesia Católica de su tiempo, pero como sabemos, los innovadores no siempre han sido bien vistos.

«Enemigo de la patria»

Los predicadores de herejías, que tampoco faltaban en ese periodo, comenzaron a atacar a Juan, apoyados también por sacerdotes y laicos muy conservadores que no apreciaban su acción reformadora. Así que en 1584, aprovechando uno de sus viajes a Roma, lo acusaron de disturbar el orden público y de faltar de respeto a las autoridades constitudas. Lo desterraron de su ciudad a perpetuidad como enemigo de la patria. Entonces Juan solicitó una investigación para defenderse, pero tal investigación resultó infructuosa y su situación no cambió, al contrario. Por fortuna, en Roma, el Papa decidió enviar a Juan como visitador apostólico y reformador de los monasterios benedictinos: suprimió y unificó los que tenían menos de 12 miembros, uniformó el mobiliario, los hábitos y la comida de acuerdo con el voto de pobreza y eliminó las intromisiones de los laicos en la vida de los monjes.

La misión de «Propaganda Fide»

Tiempo después, a Juan se le confió el cuidado del templo de Santa María en Pórtico, donde introdujo la enseñanza sistemática de la doctrina cristiana. Entre 1607 y 1608, junto con otros sacerdotes, proyectó una nueva Congregación de sacerdotes con el objetivo específico de compartir la fe y la doctrina cristiana entre las poblaciones que aún no la conocían. Así nació el núcleo de lo que se convertiría en el Colegio Urbano de Propaganda Fide, del que fue considerado cofundador. En 1609 Juan murió; fue canonizado por Pío XI en 1938. Entre sus miembros dejó su Memorial a Pablo V sobre la reforma general de toda la Iglesia, y en el cual promovía la celebración de sínodos nacionales, el fortalecimiento de la catequesis infantil y la renovación del clero, premisa necesaria para la renovación de los laicos.

Oración de los catequistas:
San Juan Leonardi,
amigo y hermano:
intercede por nosotros
para que nos comprometamos como tú
en el amor, la escucha y la proclamación de la Palabra divina.
Tu testimonio de fiel servidor del Evangelio,
sea un modelo para nuestras vidas de cristianos y catequistas.
Ayúdanos a que se encienda en nuestros corazones
la luz de la caridad evangélica,
y a que la sabiduría de los pequeños
infunda en nosotros la paciencia de los obreros del evangelio.
Que todo coopere en nuestra vida
para que nuestro bondadoso Señor Jesús
sea más conocido, amado, servido y testimoniado.
Ruega a Dios que nos mantengamos fieles
al encuentro frecuente con Cristo
en los sacramentos de la penitencia y la eucaristía,
y para cultivar en nosotros el don del amor sin medida.
María, Madre de Dios, enséñanos el camino evangélico
de la semilla que, escondida bajo tierra,
produce abundantes frutos.
Amén.

«Siempre y en todas mis oraciones pido con alegría por todos ustedes, pensando en la colaboración que prestaron a la difusión del Evangelio, desde el comienzo hasta ahora.» (Fil. 1,4)

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Mons. Angel Rossi – 1/12/2024

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