SAN JUAN DE DIOS, PATRÓN DE LOS ENFERMOS Y LOS TRABAJADORES EN LOS HOSPITALES

El camino que conduce al Señor, se sabe, pasa a veces por senderos muy sinuosos. Es el caso de san Juan de Dios, nacido como Juan Ciudad en un pequeño pueblo de Portugal y que dejó su casa a los 8 años para seguir a un clérigo, mostrando una vocación bastante precoz.

Una vida llena de aventuras

Evidentemente, sin embargo, no era todavía el momento adecuado. Luego Juan se marchó a Oropesa, España, y hasta los 27 años vivió con una familia de pastores; posteriormente se unió al ejército y luchó al menos en dos importantes batallas en Pavía y luego en Viena, asediada por los turcos. Más tarde, mientras tuvo dinero, viajó por todo el continente europeo, incluso tocando África, hasta que regresó a España y se estableció en Granada donde abrió una librería. Entre los muchos oficios que había desempeñado hasta entonces, el oficio de librero era el más lo había apasionado: pronto se enamoró de los libros y los consideró también un subsidio para la oración y la fe, especialmente los que tenían imágenes sagradas.

La vocación en tres palabras

En Granada, un día, escuchó un sermón del místico Juan de Ávila y se sintió alcanzado como por un rayo. Anduvo pidiendo caridad para los pobres usando una fórmula especial de tres palabras: «Hagan bien hermanos», una exhortación a los demás a hacer el bien a sus hermanos y hermanas y, por lo tanto, también a sí mismos. Al mismo tiempo, también comienza a practicar formas de penitencia bastante exageradas que le harán ser arrestado y terminar en un manicomio. Aquí Juan se acerca a los últimos de los enfermos, a quellos encerrados por las familias que quieren esconderlos y deshacerse de ellos. También toca los métodos con los que son tratados, tratamientos tan inhumanos que llegan a ser torturas, y comprende que tiene que hacer algo, que debe estar cerca de estos desafortunados hermanos sólo porque Dios lo quiere.

Un nuevo enfoque hacia los enfermos

Al final de su experiencia en el manicomio, Juan se fue con el obispo y ante él se comprometió a trabajar y vivir en favor de los que sufrían enfermedades y abandonos y a acoger en su comunidad a todos aquellos que hubiesen querido imitar su opción preferencial por los enfermos y abandonados. La Providencia le concedió dos hermanos: los tres llevaban un pobre hábito con la cruz y en 1540 fundaron el primer núcleo de la Congregación de los Hermanos de la Misericordia. Pero Juan aspiraba a mucho más. Aunque no tenía conocimientos de medicina, estaba convencido de que los enfermos debían ser tratados de una nueva manera, es decir, escuchándolos y satisfaciendo sus necesidades a varios niveles. Pudo fundar un primer hospital para obedecer estos dictados en Granada, y luego otro en Toledo. Al mismo tiempo se ocupaba de los huérfanos, las prostitutas y los desempleados.

El nacimiento «póstumo» de la Orden

Juan murió a la edad de 55 años en 1550: mientras estaba rezando, arrodillado, sosteniendo un crucifijo. No dejó ninguna regla escrita, pero ya su obra de caridad estaba en marcha y sus cohermanos seguirán inspirándose en él. Cuarenta y cinco años después, sus enseñanzas serán codificadas en la Regla relativa a la nueva Orden Hospitalaria de san Juan de Dios, también conocida -con aquella expresión muy suya- de «Fatebenefratelli». Canonizado en 1609, fue luego proclamado Patrono de los enfermos y de los hospitales.

«El tarro de harina no se agotará ni el frasco de aceite se vaciará, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la superficie del suelo» (Rey.17,14)

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