SAN JOSÉ MARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER

s. Jose María Escrivá de Balaguer

Unas huellas de pies desnudos impresas no solo en la nieve.
El capullo de la santidad puede florecer incluso al ver una escena aparentemente banal. Josemaría tenía solo 16 años cuando vio las huellas plasmadas sobre la nieve por algunos carmelitas que habían llegado a la ciudad. Delante de aquel testimonio de generosidad total que aquellos pies desnudos sobre la escarcha le habían impreso también en su alma, se preguntó qué muestra de generosidad le tocaba ofrecer a Jesús. Era el año 1918 y el muchacho español de Barbastro, Aragón, que se había mudado a Logroño con su familia, intuyó que Dios lo buscaba para algo que aún no tomaba forma cabal.

Los pasos de la vocación

Esas huellas en la nieve de alguna manera se le habían grabado muy dentro. Josemaría se preguntaba continuamente cuál sería el proyecto que Dios aún no se le había revelado completamente… hasta que tomó una decisión. ¿Qué mejor opción para predisponerse a seguir el proyecto divino que convertirse en sacerdote? Primero en Logroño y luego en el seminario de Zaragoza, el joven estudió y se formó no sólo para el futuro ministerio sino también en derecho, siguiendo los consejos de su padre, que murió en 1924. El 28 de marzo de 1925, Josemaría fue ordenado sacerdote y su primera experiencia pastoral fue en un suburbio de Zaragoza, entre los pobres y los analfabetas. De ese modo, la generosidad de aquellas huellas sobre la nieve se fueron imprimiendo cada vez con mayor fuerza en su corazón.

Visión de una Obra divina

Miércoles, 2 de octubre de 1928. Después de la misa, Escrivá subió a su habitación. Desde hacía poco menos de un año vivía con su familia en un pequeño apartamento en Madrid, con poco dinero y mucho trabajo, con compromisos sacerdotales, estudio y clases privadas. Mientras ponía orden sus notas – intenciones, inspiraciones, ideas – Josemaría «ve» la misión que Dios le pide. Es como un chispazo que lo asombra. Gente de todas las naciones y razas, de todas las edades y culturas que buscan y encuentran a Dios viviendo la vida ordinaria; que santifican su oficio, ya sea humilde o prestigioso; que perfuman con el evangelio su entorno, como si fuera un contagio muy saludable. Josemaría se arrodilló y escribió: «Tenía veintiséis años, la gracia de Dios y el buen humor. Nada más. Entendí que debía fundar el Opus Dei». Las huellas de aquellos pasos finalmente habían llegado a su destino.

«Con cien años de anticipación»

El estallido de la guerra civil española, particularmente feroz contra la Iglesia, le obligó a esconderse y a refugiarse más allá de los Pirineos, en Burgos, Francia. Regresó a Madrid en 1939 y luego en 1946 se fue a Roma donde fue recibido por Pío XII. El Papa Pacelli tenía a Escrivá en alta estima, pero el problema era que para aprobar canónicamente una Ópera de este tipo – cristianos comunes que anhelaban ser santificados en la vida diaria – faltaban los principios jurídicos en el Derecho canónico. Alguien dijo que el Opus Dei «había llegado con cien años de anticipación». Finalmente, entre 1947 y 1950, se le concedió la primera aprobación canónica. Las décadas siguientes vieron una gran expansión del Opus Dei y muchos viajes al mundo de su fundador. Josemaría Escrivá de Balaguer murió el 26 de junio de 1975. El 6 de octubre de 2002, Juan Pablo II lo proclamó Santo.

«El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó» (Apoc. 21,4)

LAS HERMANAS DEJESÚS POBRE, NOPODEMO SER INDIFERENTES AL SUFRIMIENTO DE LOS  HERMANOS Y HERMANAS QUE SUFREN, COMO JESÚS NOS ENSEÑA A CADA INSTANTE.

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE ESTE FIN DE SEMANA

P. Ricardo – 22/6/2025

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MENSAJES DIARIOS DEL PAPA LEÓN XIV

22/6/2025

Cristo es la respuesta de Dios al hambre del hombre, porque su cuerpo es el pan de la vida eterna. Cuando nos alimentamos de Jesús, pan vivo y verdadero, vivimos para Él. Ofreciéndose sin reservas, el Crucificado Resucitado se entrega a nosotros, y de este modo descubrimos que hemos sido hechos para nutrirnos de Dios.

La guerra no resuelve los problemas, sino que los amplifica y produce heridas profundas en la historia de los pueblos, que tardan generaciones en cicatrizar. Ninguna victoria armada podrá compensar el dolor de las madres, el miedo de los niños, el futuro robado. ¡Que la diplomacia haga callar las armas! ¡Que las naciones tracen su futuro con obras de paz, no con la violencia ni conflictos sangrientos!

Hoy más que nunca, la humanidad clama y pide la paz. Es un grito que exige responsabilidad y razón, y no debe ser sofocado por el estruendo de las armas ni por las palabras retóricas que incitan al conflicto. Todo miembro de la comunidad internacional tiene la responsabilidad moral de detener la tragedia de la guerra, antes de que se convierta en una vorágine irreparable. No existen conflictos “lejanos” cuando está en juego la dignidad humana.

Continúan llegando noticias alarmantes desde Oriente Medio, sobre todo desde Irán. En este escenario dramático, que incluye a Israel y Palestina, corre el riesgo de caer en el olvido el sufrimiento diario de la población, especialmente de Gaza y los demás territorios, donde la necesidad de una ayuda humanitaria adecuada es cada vez más urgente.

En la Eucaristía el Señor acoge, santifica y bendice el pan y el vino que ponemos en el altar, junto con la ofrenda de nuestra vida, y los transforma en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sacrificio de amor para la salvación del mundo. Dios se une a nosotros acogiendo con alegría lo que le presentamos y nos invita a unirnos a Él recibiendo y compartiendo con igual alegría su don de amor.

En muchos países se celebra la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Corpus Domini, y el Evangelio De Hoy narra el milagro de los panes y los peces (Lc 9,11-17). Más allá del prodigio, el milagro es un “signo”, y nos recuerda que los dones de Dios, incluso los más pequeños, crecen más cuanto más se comparten.

INTENCIONES DEL PAPA

El Papa León XIV nos invita a profundizar nuestra relación personal con Jesús y a aprender de su Corazón la compasión por el mundo.