SAN GREGORIO MAGNO, PAPA Y DOCTOR DE LA IGLESIA

Hubiera querido ser monje, pero contrariamente a su deseo, fue elegido Papa. Se demostró entonces un hombre de acción práctico y emprendedor. Dio inicio a una profunda reforma de la Iglesia y nos dejó numerosos escritos. La grandeza de su obra le valió el apelativo de “Magno”.

Gregorio nació en Roma en torno al año 540 en el seno de una rica familia patricia romana, la gens Anicia, de fe cristiana y conocida por los servicios prestados a la Sede Apostólica. Sus padres, Gordiano y Silvia (a quien la Iglesia venera como santa el 3 de noviembre) le transmitieron los valores evangélicos con el ejemplo.

Después de cursar estudios de Derecho, Gregorio emprendió la carrera política y ocupó el cargo de Prefecto en Roma. Esta experiencia le ayudó a conocer los problemas reales de la ciudad y a desarrollar un profundo sentido del orden y la disciplina.

Pocos años después decidió retirarse, atraído por la vida monástica. Donó sus bienes a los pobres y convirtió la casa paterna, situada en el Celio, en un monasterio dedicado a san Andrés. Allí, en el recogimiento, se entregó a la oración y al estudio de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia.

De monje a Papa

Pero el Papa Pelagio II lo nombró diácono y lo envió a Constantinopla como su aprocrisario –nuncio apostólico-. Allí estuvo seis años, durante los cuales, además de llevar a cabo las tareas diplomáticas que le había confiado el Pontífice, siguió viviendo como monje con otros religiosos.

A su regreso a Roma, volvió a su monasterio del Celio. Tras la muerte de Pelagio II, en el 590, fue elegido como su sucesor.

Gregorio tuvo que afrontar un periodo difícil: los longobardos habían invadido la península Itálica, lluvias e inundaciones habían provocado numerosas víctimas y grandes daños, y muchas zonas se vieron afectadas por la carestía y la peste. Gregorio exhortó a los fieles a la oración y la penitencia, invitándoles a participar, durante tres días, en una solemne procesión penitencial hacia la basílica de Santa María la Mayor. Se cuenta que, mientras atravesaban el puente que enlaza la zona del Vaticano con el centro de Roma, Gregorio y la multitud tuvieron una visión del arcángel Miguel sobre la Mole Adriana, interpretándola como un signo celeste que anunciaba el final de la epidemia. A partir de este episodio, el antiguo mausoleo fue llamado Castel Sant’Angelo –castillo del santo ángel-.

Obra eclesiástica y civil

Durante su pontificado, Gregorio reorganizó la administración pontificia y se ocupó de la Curia romana, muchos de cuyos miembros eclesiásticos y laicos tenían intereses muy distintos de los espirituales y caritativos; por este motivo, confió numerosos encargos a monjes benedictinos. Reformó las actividades eclesiásticas en las diversas sedes episcopales. Estableció también que los bienes de la Iglesia fueran utilizados para su propia subsistencia y para la obra de evangelización del mundo; y gestionados con absoluta rectitud, justicia y misericordia.

Gregorio empleó sus propios bienes y los legados a la Iglesia para ayudar a los fieles: compraba y distribuía trigo, socorría a los necesitados, sustentaba a los sacerdotes, monjes y religiosos de clausura en situación de dificultad, pagaba rescates por los prisioneros.

Trabajó por la paz promoviendo treguas y armisticios. A él se deben también decisiones políticas encaminadas a salvaguardar Roma –olvidada por los emperadores- y negociaciones con los longobardos para asegurar la paz en Italia central. Gregorio estableció con ellos relaciones fraternales, se preocupó por su conversión y envió misiones de evangelización a los visigodos de España, los francos y los sajones. Envió a Britania al prior del convento de san Andrés en el Celio, Agustín –quien fue después obispo de Canterbury- y a cuarenta monjes.

Servus servorum Dei

Gregorio reformó la Misa y la hizo más simple; promovió también el canto litúrgico, que tomó de él el nombre de “canto gregoriano”. Su epistolario cuenta con más de 800 cartas. Se conservan también numerosas homilías suyas. Entre sus obras, destacan Moralia in Iob (Comentario moral al libro de Job), en el que afirma que el ideal moral consiste en la integración armoniosa entre palabra y acción, pensamiento y esfuerzo, oración y dedicación a los propios deberes; y la Regla pastoral, en la que traza la figura del obispo ideal, insiste en el deber del pastor de reconocer diariamente su propia miseria, y profundiza en la virtud de la humildad.

Para demostrar que la santidad es siempre posible, Gregorio escribe los Diálogos, una hagiografía en la que narra el ejemplo que dieron hombres y mujeres, tanto canonizados como no, acompañándolo con reflexiones teológicas y místicas. Es especialmente conocido el libro II, dedicado a san Benito de Nursia.

Se puede decir que Gregorio fue el primer Papa que utilizó el poder temporal de la Iglesia, sin olvidar por ello el aspecto espiritual de su tarea. Se mantuvo siempre simple y humilde, tanto que en sus cartas oficiales se definía “Servus servorum dei”, siervo de los siervos de Dios, apelativo conservado por sus sucesores.

Murió el 12 de marzo del año 604, y fue sepultado en la Basílica de San Pedro.

«Él no se avergüenza de llamarlos hermanos,» (Heb 2,11)

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