En el 980, de una familia noble originaria de Constantinopla pero residente en Rossano, Calabria, nació un heredero que fue bautizado con el nombre de Basilio. El pequeño era «un niño prodigio», tanto que a la edad de 7 años fue confiado a los monjes del monasterio de san Juan Calibita de Caloveto para ser educado cristianamente. Después de cinco años fue trasladado a Vallelucio, cerca de Montecassino, donde conoció al monje que se convertiría en su maestro: san Nilo, del que nunca más se separaría.
En el camino con San Nilo
Pasaron dos años y Nilo fue trasladado a Serperi, cerca de Gaeta. Basilio lo siguió y entonces, ya como monje, tomó el nombre de Bartolomé. Los dos ejemplares monjes vivieron allí durante diez años, un largo período de tiempo dedicado a la oración, el silencio, el ayuno, la penitencia y las contínuas vigilias. Luego partieron hacia Roma: su objetivo era interceder con el Papa Gregorio V para obtener el perdón de su conciudadano Juan Filagato, que se había autoproclamado Papa bajo el nombre de Juan XVI. No lo lograron, pero durante el viaje, cerca de Grottaferrata, se cuenta que recibieron una aparición de la Virgen que les pidió que construyeran un monasterio y una iglesia en su honor.
La Abadía de Grottaferrata
Los dos se establecieron en Grottaferrata, donde permanecieron hasta su muerte, que para san Nilo acaeció en 1004. En el nuevo monasterio, Bartolomé se dedicó especialmente a atender a los pobres y a escribir himnos religiosos, demostrando también una notable habilidad diplomática que le permitió sanar muchas disputas entre los poderosos de la época. Las obras más famosas que escribió – cuyas versiones originales escritas en griego se conservan en la abadía de Grottaferrata – contienen la biografía más precisa que se ha escrito sobre la figura de San Nilo, su maestro, y el «Typicon», un código litúrgico y disciplinario del monasterio del que se le considera cofundador. Bartolomé murió en 1055 y fue sepultado en el monasterio, junto a su maestro. En el noveno centenario de su muerte, Pío XII, en un mensaje al abad de Grottaferrata, describió a san Bartolomé como «luminosa lámpara de la Iglesia y ornamento de la Sede Apostólica».
El milagro de intensificar el amor y el cuidado a los pobres
Según muchos testigos, durante toda su vida, Dios realizó muchos milagros por medio de la intercesión de san Bartolomé, pero uno de los más famosos que se nos han transmitido ocurrió unos años después de su muerte y se refiere a su concreto amor y cuidado de los pobres. El protagonista fue Franco, un monje moribundo que fue curado milagrosamente después de haber tenido un sueño en que vio acercarse dos palomas, una blanca y otra negra, que lo llevaron a un campo lleno de luz donde lo esperaban san Bartolomé y una gran multitud de personas pobres. Después de darles a todos un poco de pan, el santo entró en un espléndido palacio donde estaba una mujer bellísima que era la Virgen María, y al despedirse de Franco le aconsejó que les recordara a los monjes de Grottaferrata que, además de orar, también ellos fueran más misericordiosos con los pobres y los necesitados.