SAN ALBERTO MAGNO, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

Alberto nació en Alemania alrededor del año 1200, en la familia de los Condes Bollstadt, y desde muy joven fue enviado a estudiar a Padua, una ciudad de excelencia donde se cultivavan las artes liberales, y también a Bolonia y Venecia. El precoz estudiante se reveló realmente muy brillante. Fue luego llamado a profundizar en el estudio de la teología en Colonia, pero allí su espíritu filosófico muy crítico y sistemático tuvo que enfrentarse a cuestiones teológicas muy difíciles. Esta fuerte crisis logró superarla sólo gracias a su gran capacidad de elaborar una armónica síntesis entre la sabiduría teológica revelada y la sabiduría propia de las ciencias humanas y naturales; síntesis que debía tender al bien supremo que es Dios. En este áspero camino, su filial devoción a la Virgen lo acompañó siempre.

El amor por la enseñanza y el encuentro con Tomás de Aquino

Junto a su gran amor por el Señor, el estudio y la enseñanza eran las mayores pasiones de Alberto. En Colonia, como Tomás, logró elaborar grandes obras filosóficas y teológicas, tanto que mientras vivía se ganó el apodo de «Magno», que significa grande. Se embarcó en el ambicioso proyecto de comentar las obras del Pseudo Dionisio Aeropagita (Super Mysticam Theologiam Dionysii), comentó casi todos los libros de Aristóteles, el Libro de las Sentencias de Pedro Lombardo, y algunas obras de Boecio. De ese modo asimiló en la cultura cristiana el aristotelismo, las ciencias profanas y el pensamiento filosófico clásico. Alberto logró encontrar en la doctrina del alma espiritual el punto de encuentro entre Aristóteles y el Pseudo Dionisio. La vida del alma que ha sido escondida por Dios en la profundidad del ser humano, emerge y se expresa a traves del conocimiento y precisamente en esta compleja y maravillosa actividad revela su naturaleza inmortal y su origen divino. Con su síntesis de la sabiduría teológica, del conocimiento humano y de las ciencias de la naturaleza, Alberto dio una profunda orientación humanística y mística a la Orden de Predicadores. El método y el fruto de su investigación filosófica y teológica le fue heredada luego a su genial discípulo Tomás, que también elaboró una monumental síntesis teológica entre la fe y la razón, integrando algunas verdades de la filosofía aristotélica con las verdades reveladas.

La llamada a la Orden de Predicadores

En Italia Alberto entró en contacto con los dominicos, la Orden de Predicadores, y sintió que ese era su camino. Se hizo religioso y recibió el hábito directamente del beato Jordán de Sajonia, el sucesor inmediato de santo Domingo, quien lo envió primero a Colonia y luego a París, donde durante algunos años ocupó la cátedra de teología y donde conoció a su alumno más talentoso, Tomás de Aquino, al que llevó consigo cuando la Orden lo destinó a Colonia para fundar allí un Centro de estudios teológicos.

En Roma con el Papa

En el Capítulo General de los dominicos que tuvo lugar en 1250 en Valenciennes, Alberto, junto con Tomás, elaboraron las reglas para definir la dirección de los estudios y para determinar el sistema de méritos dentro de la Orden. Cuatro años más tarde, sin embargo, fue apartado de la enseñanza y «promovido» a Provincial en Alemania. Con este encargo, en 1256 fue enviado a Roma para defender los derechos de la Santa Sede y de los religiosos mendicantes en el Consistorio de Anagni. Allí el Pontífice quedó tan impresionado de su sabiduría profana y religiosa que lo mantuvo en la ciudad, haciéndole volver a ejercer la enseñanza que tanto amaba y asignándole una cátedra en la Universidad Pontificia.

La cátedra de obispo y sus últimos años

Inesperadamente, sin embargo, en 1260 el Papa nombró a Alberto obispo de Ratisbona. Llamado a su patria, Alberto trabajó asiduamente para restablecer y fortalecer la frágil paz entre los pueblos. En 1274, fue invitado de nuevo por Gregorio X a participar en el segundo Concilio de Lyon, pero en su camino de regreso se encontró con la tristísima noticia que nunca hubiera querido escuchar: la imprevista muerte de Tomás. Fue un durísimo golpe para Alberto, que lo amaba como a un hijo, y sólo tuvo la fuerza de comentar amargamente: «La luz de la Iglesia se ha apagado». A partir de entonces, pidió insistentemente a Urbano IV que lo exonerara de su encargo pastoral para poder retirarse a Colonia. El Papa finalmente lo aprobó. Pero el 15 de noviembre de 1280, mientras escribía y rezaba con sus cofrades, Alberto murió. Fue canonizado en 1931 por Pío XI, quien también lo proclamó Doctor de la Iglesia. Diez años más tarde Pío XII lo declaró patrono de los estudiantes de ciencias naturales, ciencias químicas y de ciencias exactas.

Oración a Dios Padre por intercesión de san Alberto Magno:
Oh Dios, nuestro amado Padre,
nuestro refugio y nuestra fuerza,
que le concediste al santo obispo y Doctor de la Iglesia Alberto,
la gracia de unificar el conocimiento humano con la sabiduría eterna,
fortalece y protege a través de su intercesión nuestra fe,
enmedio a la confusión intelectual de nuestros días.
Concédenos también a nosotros su gran apertura de mente,
para que el progreso de las ciencias no nos aleje de Ti,
sino que nos ayude a conocerte y a amarte más profundamente.
Haz que crezcamos en el conocimiento de la Verdad, que eres Tú mismo,
para que por medio de la asidua práctica de la justicia y de la caridad,
un día podamos contemplarte cara a cara con todos tus ángeles y santos.
Así sea.

«El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó» (Apoc. 21,4)

LAS HERMANAS DEJESÚS POBRE, NOPODEMO SER INDIFERENTES AL SUFRIMIENTO DE LOS  HERMANOS Y HERMANAS QUE SUFREN, COMO JESÚS NOS ENSEÑA A CADA INSTANTE.

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE ESTE FIN DE SEMANA

P. Ricardo – 22/6/2025

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I SÍNODO ARQUIDIOCESANO – DOCUMENTO FINAL

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MENSAJES DIARIOS DEL PAPA LEÓN XIV

22/6/2025

Cristo es la respuesta de Dios al hambre del hombre, porque su cuerpo es el pan de la vida eterna. Cuando nos alimentamos de Jesús, pan vivo y verdadero, vivimos para Él. Ofreciéndose sin reservas, el Crucificado Resucitado se entrega a nosotros, y de este modo descubrimos que hemos sido hechos para nutrirnos de Dios.

La guerra no resuelve los problemas, sino que los amplifica y produce heridas profundas en la historia de los pueblos, que tardan generaciones en cicatrizar. Ninguna victoria armada podrá compensar el dolor de las madres, el miedo de los niños, el futuro robado. ¡Que la diplomacia haga callar las armas! ¡Que las naciones tracen su futuro con obras de paz, no con la violencia ni conflictos sangrientos!

Hoy más que nunca, la humanidad clama y pide la paz. Es un grito que exige responsabilidad y razón, y no debe ser sofocado por el estruendo de las armas ni por las palabras retóricas que incitan al conflicto. Todo miembro de la comunidad internacional tiene la responsabilidad moral de detener la tragedia de la guerra, antes de que se convierta en una vorágine irreparable. No existen conflictos “lejanos” cuando está en juego la dignidad humana.

Continúan llegando noticias alarmantes desde Oriente Medio, sobre todo desde Irán. En este escenario dramático, que incluye a Israel y Palestina, corre el riesgo de caer en el olvido el sufrimiento diario de la población, especialmente de Gaza y los demás territorios, donde la necesidad de una ayuda humanitaria adecuada es cada vez más urgente.

En la Eucaristía el Señor acoge, santifica y bendice el pan y el vino que ponemos en el altar, junto con la ofrenda de nuestra vida, y los transforma en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sacrificio de amor para la salvación del mundo. Dios se une a nosotros acogiendo con alegría lo que le presentamos y nos invita a unirnos a Él recibiendo y compartiendo con igual alegría su don de amor.

En muchos países se celebra la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Corpus Domini, y el Evangelio De Hoy narra el milagro de los panes y los peces (Lc 9,11-17). Más allá del prodigio, el milagro es un “signo”, y nos recuerda que los dones de Dios, incluso los más pequeños, crecen más cuanto más se comparten.

INTENCIONES DEL PAPA

El Papa León XIV nos invita a profundizar nuestra relación personal con Jesús y a aprender de su Corazón la compasión por el mundo.