s. Francisco Xavier, sacerdote jesuita, apóstol de las Indias, patrón de las Misiones

s. Francisco Xavier

Cuarenta y seis años de vida, once de los cuales dedicados a la misión: con razón, San Francisco Javier puede ser considerado un verdadero «gigante de la evangelización». En su existencia, breve pero admirable en la fecundidad misionera, este religioso español logra, de hecho, llevar el Evangelio al extremo Oriente, adaptándolo con sabiduría a la índole y al lenguaje de poblaciones muy diversas entre ellas. Sin embargo, su lugar de nacimiento parece indicarle un camino diferente en su vida.

El encuentro con Ignacio de Loyola y Pedro Fabro

Nacido en 1506 en el Castillo de Javier, en Navarra, en el norte de España, Francisco Javier proviene de una familia noble: su padre, Juan de Jassu, es el presidente del Consejo Real de Navarra. En 1525 Francisco va a París para realizar sus estudios universitarios y en 1530 se convierte en «Magister Artium», listo para su carrera académica. Pero su vida da un paso adelante en la fe: en el Colegio de Santa Bárbara, donde reside, el futuro santo conoce a San Pedro Fabro y a Ignacio de Loyola, con quienes se forma en el estudio de la teología. Al principio, las relaciones, especialmente con Ignacio, no fueron fáciles, hasta el punto de que el propio Loyola definió a Francisco como «el trozo de pasta más duro que había tenido que amasar», pero la vocación misionera ya estaba instilada en el corazón de Javier que, en la primavera de 1539, participa en la fundación de una nueva Orden religiosa, llamada «Compañía de Jesús».

El catecismo «cantado» para niños

Consagrado a Dios y al apostolado, el 7 de abril de 1541 Francisco parte hacia las Indias, por petición del Papa Pablo III que desea evangelizar esas tierras, en esa época conquista portuguesa. El viaje de Lisboa a Goa, realizado en velero, dura trece meses, que se vuelven fatigosos por la escasez de alimentos, el calor y las tormentas. Una vez llegado a Goa en mayo de 1542, Javier elige el hospital de la ciudad como su hogar y como cama aquella junto al paciente más grave. A partir de ese momento, su ministerio será dedicado al cuidado de los últimos, los excluidos de la sociedad: los enfermos, los presos, los esclavos, los menores abandonados. Especialmente para los niños, Francisco inventó un nuevo método de enseñanza del catecismo: los llamaba a reunirse en las calles tocando una campana y luego, una vez congregados en la iglesia, pone en versos los principios de la doctrina católica y los canta con los niños, facilitando así su aprendizaje.

La evangelización de los pescadores de perlas

Además, durante dos años, se dedica a la evangelización de los indios paravas, los pescadores de perlas que vivían en el sur de las Indias: hablan sólo tamil, pero Francisco logra transmitirles los principios fundamentales de la fe católica, llegando a bautizar a 10.000 de ellos en sólo un mes. «Tan grande es la multitud de conversos -escribe- que a menudo me duelen los brazos de tanto bautizar, y ya no tengo voz y fuerza para repetir el Credo y los Mandamientos en su propio idioma». Pero su trabajo de evangelización no se detiene. Entre 1545 y 1547, Francisco Javier llega a Malaca, al archipiélago de las Molucas y a las Islas del Moro, a pesar de los peligros, porque estaba totalmente seguro de Dios.

La llegada a Japón

En 1547, la vida del futuro santo da otro viraje: conoce a un fugitivo japonés, llamado Hanjiro, deseoso de convertirse al cristianismo. El encuentro hace nacer, en Javier, el deseo de ir a Japón, para llevar el Evangelio también a la tierra del «Sol Naciente». Llega allí en 1549 y, a pesar de la pena de muerte vigente para los que administran el sacramento del Bautismo, el religioso español logra crear una comunidad de cientos de fieles.

El «sueño» de China

De Japón a China, el pasaje es casi natural. Javier mira a la «Tierra del Dragón» como una nueva tierra de evangelización y en 1552 consigue llegar a la isla de Shangchuan desde donde intenta embarcarse para Cantón. Pero le viene una fiebre repentina. Exhausto por el frío y la fatiga, Francisco Javier muere en la madrugada del 3 de diciembre. Sus restos son enterrados en un cajón lleno de cal, sin siquiera una cruz para recordarlo. Sin embargo, dos años después, su cuerpo es trasladado, íntegro e intacto, a Goa, a la Iglesia del Buen Jesús, donde actualmente es venerado. Una de sus reliquias -su antebrazo derecho- se conserva en Roma desde 1614, en la Iglesia del Santo Nombre de Jesús.

Canonizado en 1622

Beatificado por Pablo V en 1619 y canonizado por Gregorio XV en 1622, Francisco Javier es proclamado patrono de Oriente en 1748, de la Obra de la propagación de la fe en 1904 y de todas las Misiones (junto con Santa Teresa de Lisieux) en 1927. Su pensamiento se puede sintetizar en una oración que repetía a menudo: «Señor, yo te amo no porque puedes darme el paraíso o condenarme al infierno, sino porque eres mi Dios. Te amo porque Tú eres tú».

«Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo.» (Heb. 1,2)

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