RECEMOS POR NUESTROS PASTORES

Papa Francisco en el Policlínico Gemelli
Papa Francisco en el Policlínico Gemelli

(Alessandro Gisotti – Vatican News) «No se puede ver bien si no es con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos». Esta famosa frase del libro El Principito describe bien lo que sucedió tras el ingreso del Papa Francisco en el Hospital Gemelli el pasado 7 de junio. En estos días, antes del regreso hodierno al Vaticano, los fieles no han podido encontrarse públicamente con el Obispo de Roma, pero esto no significa que el pastor y el pueblo hayan estado distantes entre sí. Al contrario, de alguna manera -citando al propio Antoine de Saint-Exupéry- el Papa Francisco y el pueblo que le quiere han estado aún más unidos gracias a la oración que brota del corazón y no necesita visibilidad para expresarse. Una oración que es como el «oxígeno de la vida», retomando las palabras de una de sus catequesis en noviembre de 2020, durante el oscuro periodo de la pandemia.

Mirando retrospectivamente lo sucedido, es significativo que, poco antes de su hospitalización, todo el mundo pudo observar al Papa -al comienzo de la audiencia general en la Plaza de San Pedro- reunido en oración ante las reliquias de Santa Teresa de Lisieux, de la que es tan devoto. La gente no sabía en ese momento que el Papa se operaría poco después, ni podía saber por qué rezaba Francisco en esos momentos. Una vez más, pues, «lo esencial» fue «invisible a los ojos». Una experiencia y una enseñanza preciosas, más aún en el mundo de hoy, donde parece que todo debe mostrarse, «desvelarse» para tener valor.

La oración -nos recuerda el Papa- tiene un poder invisible que mueve incluso las vías de la historia. Por eso no se cansa de rezar (y de pedirnos que lo hagamos también nosotros) por la paz en el mundo. Lo ha hecho incluso durante estos días de estancia en el hospital. Su pensamiento se dirige siempre allí, dondequiera que esté: al pueblo ucraniano como a todos los pueblos que sufren a causa de la violencia y la guerra. Rezar, nos testimonia Francisco, es en el fondo el acto más eficaz que puede realizar un cristiano, porque es dialogar con el Señor, una petición de escucha, una propuesta de ayuda. Es hablar desde el corazón al Corazón más grande, aquel que abraza a cada uno de nosotros.

Todos recordamos el «buenas noches» con el que Jorge Mario Bergoglio se presentó en la logia central de la Basílica Petrina aquel 13 de marzo de hace diez años. Sin embargo, no siempre recordamos que, poco después de aquel saludo -tan ordinario como impresionante en boca de un Papa recién elegido-, pidió rezar el Padrenuestro, el Avemaría y el Gloria. Una oración de pastor con el pueblo que, desde aquel momento, no ha cesado nunca y se hace más intensa en los momentos de dificultad y sufrimiento. «Recen por mí»: hace apenas unas semanas, en una entrevista concedida a la cadena televisiva Telemundo, Francisco explicó con una imagen eficaz por qué repite tan a menudo esa exhortación. «La gente –dijo– no se da cuenta del poder que tiene al rezar por sus pastores». Y añadió que «cualquier pastor, sea párroco, sea obispo, es como si estuviera defendido, blindado, con una coraza, con la oración de los fieles». Una armadura de amor que no pesa, sino que sostiene. Una armadura invisible a los ojos, pero visible para el corazón.

«El secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó» (Apoc. 21,4)

LAS HERMANAS DEJESÚS POBRE, NOPODEMO SER INDIFERENTES AL SUFRIMIENTO DE LOS  HERMANOS Y HERMANAS QUE SUFREN, COMO JESÚS NOS ENSEÑA A CADA INSTANTE.

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE ESTE FIN DE SEMANA

P. Ricardo – 22/6/2025

REFLEXIONES VARIAS

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3 MINUTOS DE RETIRO

MENSAJES DIARIOS DEL PAPA LEÓN XIV

22/6/2025

Cristo es la respuesta de Dios al hambre del hombre, porque su cuerpo es el pan de la vida eterna. Cuando nos alimentamos de Jesús, pan vivo y verdadero, vivimos para Él. Ofreciéndose sin reservas, el Crucificado Resucitado se entrega a nosotros, y de este modo descubrimos que hemos sido hechos para nutrirnos de Dios.

La guerra no resuelve los problemas, sino que los amplifica y produce heridas profundas en la historia de los pueblos, que tardan generaciones en cicatrizar. Ninguna victoria armada podrá compensar el dolor de las madres, el miedo de los niños, el futuro robado. ¡Que la diplomacia haga callar las armas! ¡Que las naciones tracen su futuro con obras de paz, no con la violencia ni conflictos sangrientos!

Hoy más que nunca, la humanidad clama y pide la paz. Es un grito que exige responsabilidad y razón, y no debe ser sofocado por el estruendo de las armas ni por las palabras retóricas que incitan al conflicto. Todo miembro de la comunidad internacional tiene la responsabilidad moral de detener la tragedia de la guerra, antes de que se convierta en una vorágine irreparable. No existen conflictos “lejanos” cuando está en juego la dignidad humana.

Continúan llegando noticias alarmantes desde Oriente Medio, sobre todo desde Irán. En este escenario dramático, que incluye a Israel y Palestina, corre el riesgo de caer en el olvido el sufrimiento diario de la población, especialmente de Gaza y los demás territorios, donde la necesidad de una ayuda humanitaria adecuada es cada vez más urgente.

En la Eucaristía el Señor acoge, santifica y bendice el pan y el vino que ponemos en el altar, junto con la ofrenda de nuestra vida, y los transforma en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sacrificio de amor para la salvación del mundo. Dios se une a nosotros acogiendo con alegría lo que le presentamos y nos invita a unirnos a Él recibiendo y compartiendo con igual alegría su don de amor.

En muchos países se celebra la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Corpus Domini, y el Evangelio De Hoy narra el milagro de los panes y los peces (Lc 9,11-17). Más allá del prodigio, el milagro es un “signo”, y nos recuerda que los dones de Dios, incluso los más pequeños, crecen más cuanto más se comparten.

INTENCIONES DEL PAPA

El Papa León XIV nos invita a profundizar nuestra relación personal con Jesús y a aprender de su Corazón la compasión por el mundo.