Vergüenza por haberte dejado solo sufriendo por nuestros pecados
Señor Jesús, nuestra mirada se dirige a ti, lleno de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza. Ante tu supremo amor, nos invade la vergüenza por haberte dejado solo sufriendo por nuestros pecados: la vergüenza por haber huido ante la prueba a pesar de haberte dicho miles de veces: “incluso si todos te dejan, yo no te dejaré jamás”; la vergüenza de haber elegido a Barrabas y no a ti, el poder y no a ti, la apariencia y no a ti, el dios dinero y no a ti, la mundanidad y no la eternidad; la vergüenza por haberte tentado con la boca y con el corazón, cada vez que nos hemos encontrado ante una prueba, diciéndote: “¡si tú eres el mesías, sálvate y nosotros creeremos!
La vergüenza, porque tantas personas, e incluso algunos de tus ministros, se han dejado engañar por la ambición y por la vanagloria perdiendo su dignidad y su primer amor; la vergüenza porque nuestras generaciones están dejando a los jóvenes un mundo fracturado por las divisiones y por las guerras; un mundo devorado por el egoísmo donde los jóvenes, los pequeños, los enfermos, los ancianos son marginados; la vergüenza de haber perdido la vergüenza.