El anuncio del reino de Dios

Pesca 8La voz de la Iglesia a través del tiempo. San Agustín y San Jerónimo en el siglo IV y el catecismo de la Iglesia Católica ayudándonos a comprender mejor el evangelio de este domingo.

San Agustín: «El mismo Señor Jesús comenzó así su predicación: “Arrepentíos, porque está llegando el reino de los cielos” (Mt 4,17). Juan Bautista, su precursor, había comenzado de la misma forma: “Arrepentíos porque está llegando el reino de los cielos” (Mt 3,2). Ahora, el Señor recrimina a los hombres que no se convierten, estando cerca el reino de los cielos, este reino de los cielos del que él mismo dice: “no vendrá de forma espectacular”, y también “está en medio de vosotros” (Lc 17,20-21). Que cada uno, pues, sea sensato y acepte los avisos del Maestro, para no dejar escaparse el tiempo de la misericordia, este tiempo que transcurre ahora, para que se salve el género humano de la perdición. Porque si el hombre es puesto a salvo es para que se convierta y que nadie sea condenado. Sólo Dios sabe el momento del fin del mundo. Sea cuando sea, ahora es el tiempo de la fe».

San Jerónimo: «“Jesús les dijo: Veníos detrás de mí y os haré pescadores de hombres” (Mc1,17). ¡Dichoso cambio de pesca! Simón y Andrés son la pesca de Jesús… Estos hombres son considerados “peces”, pescados por Cristo, antes de ir ellos a pescar a otros hombres. “Ellos dejaron inmediatamente las redes y los siguieron” (Mc 1,18). La auténtica fe no conoce la dilación. En cuanto le oyeron, creyeron, lo siguieron y se convirtieron en pescadores de hombres. “…dejaron las redes”. Pienso que en estas redes están simbolizados los vicios de la vida de este mundo que ellos abandonaron…
»“Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan… Jesús los llamó también; y ellos dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él” (Mc 1,19-20). Me diréis: la fe es atrevida. ¿Qué indicios tenían ellos, que señal sublime habían notado para seguirle así que los llamaba? Nos damos cuenta, a todas luces, que algo divino emanaba de Jesús, de su mirada, de la expresión de su rostro que incitaba a los que él miraba a volverse hacia él… ¿Por qué digo todo esto? Para mostraros que la palabra del Señor actuaba y que a través de la palabra más insignificante, el Señor actúa: “él lo ordenó y fueron creados” (Sal 148,5). Con la misma simplicidad con que él los llamó, ellos le siguieron… “Escucha, hija, mira, inclina tu oído, olvida tu pueblo y la casa paterna; el rey está prendado de tu belleza” (Sal 44,11-12).
»¡Escucha bien, hermano, y sigue las huellas de los apóstoles! ¡Escucha la voz del Señor, ignora a tu padre por la carne, y mira el Padre verdadero de tu alma y de tu espíritu! Los apóstoles dejaron a su padre, dejaron la barca, dejaron todas sus riquezas de entonces. Abandonaron el mundo y sus innumerables riquezas, renunciaron a todo lo que poseyeron. Pero no es la cantidad de las riquezas lo que Dios considera, sino el alma de aquel que renuncia. Los que han abandonado poca cosa, sin embargo, hubieran renunciado también a grandes fortunas si se hubiera dado el caso».

CATECISMO DE LA IGLESIA
«El Reino de Dios está cerca»
541: «Después que Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva”» (Mc 1, 15). «Cristo, por tanto, para hacer la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los cielos». Pues bien, la voluntad del Padre es «elevar a los hombres a la participación de la vida divina». Lo hace reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es la Iglesia, que es sobre la tierra «el germen y el comienzo de este Reino».

El anuncio del Reino de Dios
543: Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel, este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones. Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús.

545: Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: «No he venido a llamar a justos sino a pecadores» (Mc 2, 17). Les invita a la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos y la inmensa «alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta» (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio de su propia vida «para remisión de los pecados» (Mt 26, 28).
La conversión de los bautizados

1427: Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1, 15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.

1428: Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que «recibe en su propio seno a los pecadores» y que siendo «santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación». Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del «corazón contrito» (Sal 51, 19), atraído y movido por la gracia a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero.

1989: La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que obra la justificación según el anuncio de Jesús al comienzo del Evangelio: «Convertíos porque el Reino de los cielos está cerca» (Mt 4, 17). Movido por la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto. «La justificación entraña, por tanto, el perdón de los pecados, la santificación y la renovación del hombre interior».

1990: La justificación arranca al hombre del pecado que contradice al amor de Dios, y purifica su corazón. La justificación es prolongación de la iniciativa misericordiosa de Dios que otorga el perdón. Reconcilia al hombre con Dios, libera de la servidumbre del pecado y sana.

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